El conjunto de su producción lírica ha sido reunido en el volumen “Lo que parece estable”.
El conjunto de su producción lírica ha sido reunido en el volumen “Lo que parece estable”.

, poeta, narrador, crítico, periodista cultural y distinguido profesor universitario en Trujillo, es una de las voces más altas de la poesía peruana contemporánea. Su producción comprende la poesía, el cuento, la novela y la crítica literaria. El conjunto de su producción lírica ha sido reunido en el volumen “Lo que parece estable”, pero cuya referencial fundamental del contenido se aprecia mejor en el subtítulo: “Poesía reunida 1987 – 2021″, cuyo contenido es el referente para la presente muestra, que empieza con los primeros poemas.

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EL REFERENTE

El referente motivador de la poesía de Luis Eduardo García no es un ser sensible, un paisaje, un asunto particular, sino la propia vida en su constante devenir, como una fuerza o corriente indetenible e irreversible; por eso, el poeta no asume una posición o actitud de observador o testigo, sino de un ser reflexivo, agónico, protagonista, sacudido por el estremecimiento o impulso de la vida en su constante devenir. El resultado no es una poesía para deleite de los sentidos, paisajista o testimonial; tampoco, es una adhesión a una lucha o logro reivindicativo como la poesía social, que siempre es transitoria. Se trata, más bien, de una experiencia agónica permanente o indetenible, que una vez que parte no se sabe a dónde, cómo, ni cuándo llega, pero que arrastra todas las experiencias y sensaciones humanas. El contexto espiritual está marcado por una fuerte añoranza y nostalgia de acentuado lirismo, como si se buscara algo que siempre se echa de menos; algo parecido a “En busca del tiempo perdido”, la monumental obra de Marcel Proust.

LA CONSTRUCCIÓN O CREACIÓN

El poeta cuestiona el concepto convencional conforme al cual se asume que la poesía se construye con un estilo predominantemente nominal, mientras que la narración opta por un estilo y una sintaxis verbal, relacionado con las acciones y acontecimientos, es decir más propios de la narración.

Tampoco el creador se define como un creador realista, materialista o idealista, sino más bien existencialista, con visiones de la vida no propiamente pesimistas, sino agónicas, de invitación a un enfrentamiento realista y testimonial sobre categorías vitalistas y existencialistas, de manera que el producto artístico no se ofrece ni se agota en el plano contemplativo o evocativo, sino que se proyecta hacia una dimensión agónica y vivencial de la vida, con una actitud que nos recuerda a don Miguel de Unamuno en “La agonía del cristianismo”.

También en el conjunto de la producción poética del autor observamos la construcción de un proceso evolutivo que sigue un plan cuyos escalones cada vez más altos y complejos son los poemarios que va perfilando y publicando; entonces, cada uno es de nivel inclusivo, superior y preparatorio del siguiente. Ignoramos si el autor es consciente de este proceso; pero nosotros así lo advertimos.

“DIALOGANDO EL EXTRAVÍO” (1989)

Este primer poemario, caracterizado por la brevedad y concisión a manera de aliento fugaz, parte de un preámbulo intensamente lírico, para luego recorrer con entrañable nostalgia un mundo o sendero en el que se sucede la vida cotidiana bajo el temor de perderse, confundirse y extraviarse en el vértigo de la masa humana, en cuyo conjunto anónimo y despersonalizador, la vida individual de las personas pierde identidad. En realidad, un poco contradiciendo al título, más que un diálogo es un monólogo o reflexión personal, íntimo, evocador.

“EL EXILIO Y LOS COMUNES” (1989)

Empieza con el reconocimiento o evocación del entrañable y unido ámbito familiar, que luego, paulatinamente, por la presión irreversible del tiempo y por la realización del destino de cada miembro de la familia en busca de su destino, se va desintegrando, porque cada elemento debe seguir su propio rumbo en diferentes escenarios y espacios bajo la presión de los diversos conglomerados y de la masa humana. Entonces la vida aparece como un vértigo y torbellino que destierra a los seres humanos, “a los comunes”, por distintos escenarios, en una irreversible y arrolladora vorágine.

“CONFESIONES DE LA TRIBU” (1992)

Este poemario desarrolla una creación de ritmo suelto, dinámico, fluido, asentado en un sustrato cuyos cimientos se conectan directamente con una prédica traspasada de lecturas bíblicas. El estilo adquiere también caracteres confesionales, vivenciales y añorantes de las vivencias experimentadas por la familia o “tribu”, esa Arcadia feliz que unió entrañablemente el hogar, pero que, ante las presiones de la vida, cada uno de los miembros de la familia debe seguir su propio e irreversible camino en la construcción de su destino.

“TEOREMA DEL NAVEGANTE” (2008)

Este poemario marca la plenitud creadora del autor, al menos en esta primera parte, poseedor de una original y sorprendente visión de la vida; una visión serena; un extraordinario manejo lingüístico y artístico; una perspectiva exploradora, cuestionadora y reflexiva; una concepción que evoca el existencialismo de Jean Paul Sartre, pero que mejor se plasma en la versión más espiritual de Soren Kierkegaard; por eso, el poeta accede a una interpretación más emparentada con las filosofías orientales, como el taoísmo o el budismo, pero sin alejarse plenamente de la visión cristiana del universo.

Aquí el referente físico es el mar, pero no como alusión denotativa o geográfica, sino en sentido connotativo, plural, multisemántico, en cuanto vastedad inconmensurable, inatrapable, siempre cambiante y siempre la misma, en cuya superficie el hombre es tan solo un navegante a la deriva. Por eso no se trata tan poco de un canto al mar como densidad geográfica, sino como dimensión compleja y escenario humano de la vida.