Odebrecht y el acuerdo de la polémica
Odebrecht y el acuerdo de la polémica

En Brasil, el país en el que  nació y tuvo su centro neurálgico, es decir, donde más perjuicios cometió por sus arreglos bajo la mesa y por los sobornos a prácticamente toda su clase política, la empresa ha vuelto a operar. Y en Estados Unidos, el país riguroso que no aguanta pulgas y se vio afectado por las transacciones ilícitas, también.

Odebrecht sigue construyendo en esos países bajo condiciones sumamente especiales e inéditas. Primero, tuvo que aceptar sus delitos, confesar y colaborar, además de pagar respectivas reparaciones. Luego, tuvo que ejecutar su trabajo bajo nuevos estándares de transparencia, con un compromiso nuevo, pues ninguna otra empresa ha estado más escrutada a partir de sus propias confesiones y lo va a seguir estando, está claro.

El asunto ha sido diferente en Colombia. Allí Odebrecht ha sido satanizada y proscrita, expulsada de la vida económica con una sanción que seguramente apelará antes de aceptar y pagar. Allí, en Colombia, por ende, no hay expresidentes investigados ni confesiones que abran casos emblemáticos. Peor aún, en Colombia han muerto testigos del caso y la impunidad campea con olor a cianuro y vendetta.

El Perú se ha aproximado a un acuerdo que replique lo ocurrido en Brasil y Estados Unidos. Y en el acuerdo, como también ha ocurrido en esos países, una de las condiciones de Odebrecht es la oportunidad de volver a participar como postor en los proyectos futuros. Esto, con la intención de rescatar a la compañía y a sus trabajadores, que no son pocos; y de pagar la reparación. Todo bajo un nuevo compromiso.

Pero como el asunto no deja de tener polémica, las voces críticas al acuerdo apuntan a este detalle: la luz verde a Odebrecht. Pueden resultar respetables los argumentos de “dignidad” que se esgrimen para criticar el acuerdo, pero la verdad es que debajo de este se esconde en gran medida el interés de quienes quieren que todo se caiga para que no haya colaboración eficaz de parte de los directivos brasileños de la compañía, cuya información sobre las corruptelas en el Perú es acaso la mayor reparación a la que puede aspirar nuestro país.

Si nos fijamos bien, los cuestionamientos al acuerdo provienen de manera especial de grupos cuyos líderes están bajo sospecha y hoy han perdido control en las instituciones de la justicia (gracias al caso “Lava Juez” y a la caída de Pedro Chávarry). Y, más curioso aún, hablan de dignidad y de acuerdo entreguista quienes todos estos años promovieron concesiones y privatizaciones lesivas para los intereses del país y que beneficiaron a otros por encima del país.

Si Odebrecht vuelve a operar en el Perú, lo hará bajo un nuevo compromiso, renovado totalmente y en plan de colaborador de la justicia. Muy distinto al caso de otras empresas que perviven y siguen corrompiendo seguramente sin mea culpa ni compromiso alguno. ¿O es que vamos a ser tan necios o bobos de creer que la corrupción comienza y termina con Odebrecht?

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