En las últimas semanas he estado moviéndome fuera de la ciudad de Trujillo debido a la publicación de mi libro “Los hombres que mataron la primavera”, mi primera novela. Y estos viajes a otras ciudades en medio del trabajo cotidiano me han generado reflexiones inevitables sobre Trujillo, su presente y su futuro.
“Los hombres que mataron la primavera” tiene como telón de fondo Trujillo y su ecosistema, por así decirlo. Quizás, consciente o inconscientemente, he buscado plasmar el deterioro moral de una sociedad que se jactaba de ser solariega y culta. Ocurrió cuando llegó a Trujillo el crecimiento económico, el crecimiento poblacional, la migración, el auge y la llegada de los llamados malls. El boom del dinero y las inversiones y la diversificación de la población trae nuevos desafíos. Tal parece que las autoridades y la sociedad en general no hemos estado a la altura de ese desafío.
Porque hoy vemos una ciudad fragmentada, con una identidad incierta, que derrama caos por varias zonas. Una ciudad en la que la delincuencia y la corrupción campean, como la basura, que contamina las orillas de las calles, que empaña las veredas de Trujillo. Una ciudad con un sistema de transporte paupérrimo e indigno, propio del siglo pasado.
Trujillo, es verdad, ha dejado de ser la ciudad primaveral de antaño, y esto por cuestiones reales, literales, pero también figurativas. Quizás sea momento de inventar una nueva identidad ciudadana, un proyecto de ciudad. Somos, finalmente, un territorio lleno de historia y sueños aún por cumplir, libertaria, progresista pese a cierto conservadurismo. Un desafío maravilloso. Ojalá eso entienden también las nuevas autoridades que han sido elegidas en las últimas elecciones municipales y regionales.