Columna de opinión | Editor General Correo La Libertad. (Foto: en.wikipedia.org)
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A Medellín, como a Trujillo en Perú, la llaman la ciudad de la eterna primavera en Colombia. Su clima es templado, con sol cotidiano que ilumina pero no aturde, y con zonas amplias de parques y jardines que ciertamente nos hacen pensar en que el asunto primaveral es cosa de todo el año. Tras estar en la ciudad, y llegar a Trujillo un día después, se siente la diferencia climatológica y ambiental.

Pero eso es lo de menos a la hora de comparar ambas ciudades. Por ejemplo, Medellín está invadida por las ciclovías. Puedo contarlo con no poca vergüenza: al caminar sobre una de ellas, desacostumbrado a estas vías exclusivas para ciclistas que no existen en Trujillo, recibí un grito furibundo de un muchacho que iba montado en uno de estos vilícepedos, molesto ante mi ignorancia supina.

Hay parques inmensos en los que los vegetales fragantes se imponen, pero sobre todo se convierten en zonas de esparcimiento en los que la gente va un fin de semana para pasar el día, comer, correr y divertirse. Y sin embargo esos parques inmensos no están contaminados por la basura abundante que uno encuentra en Trujillo en parques y plazuelas.

Cuando uno piensa en Medellín, la capital del montañoso departamento de Antioquia, es natural recordar a Pablo Escobar y el cártel de Medellín. La violencia del narcotráfico y las fuerzas paramilitares, el sicariato y todos los males derivados ensangrentaron la ciudad y la convirtieron en una tierra de nadie, o, mejor dicho, en una tierra en manos del crimen organizado. ¿Cómo combatió Medellín eso? Pues hay estudios e investigaciones que lo explican, pero además uno encuentra las pruebas ante los ojos cuando visita la ciudad. Aquí hubo un proyecto de ciudad que partió desde lo político pero que tuvo una activa e intensa participación de los privados. Un metro que fue pionero en Colombia, una agresiva campaña cultural y educativa que se plasma hoy en, por ejemplo, museos, festivales literarios, cultura viva y hasta turismo de lo que fue la vieja mafia del narco. Es decir: inteligencia, pero también mucho compromiso ciudadano.

Qué lejos se ve Trujillo de este ejemplo que ni siquiera es tan remoto, pues se encuentra cerca, dentro de la misma región del continente. Y qué envidia, qué amargura es regresar y ver que nuestra ciudad se ahoga en su propia depresión política y social. Por algo Medellín es uno de los destinos turísticos preferidos del mundo, mientras que Trujillo parece seguir caminando hacia un futuro cada vez más insostenible e inviable como ciudad.