Ahora uno mira todo este año sombrío y enrevesado que hemos pasado y nos queda la idea de cuánto dolor hemos dejado en el camino. (Foto: Randy Reyes)
Ahora uno mira todo este año sombrío y enrevesado que hemos pasado y nos queda la idea de cuánto dolor hemos dejado en el camino. (Foto: Randy Reyes)

Hace un año, a los periodistas de Trujillo nos tocó dar una noticia que marcó un antes y un después definitivo: el primer caso de contagio de Covid-19 en La Libertad.

Recuerdo de manera viva el estupor, los latidos acelerados en la redacción del diario, en el jirón Ugarte del centro de la ciudad. Todo el equipo periodístico se puso en alerta. Pero no sabíamos, no sospechábamos siquiera toda esta pesadilla que ya parece interminable, un año después.

Como muchos peruanos, este periodista pensó que era cuestión de unas semanas nomás, total, somos peruanos y comemos en las carretillas y no nos pasa nunca nada. Eso leíamos en las redes sociales. Y qué tontos fuimos. Me quedo corto: pecamos de ignorantes y de estúpidos.

Los días y las semanas pasaron y nos dimos cuenta de que el coronavirus era cosa seria, que nos aguardaban largos días y largas noches, que lloraríamos a miles de personas valiosas y queridas; que descubriríamos la nobleza y la solidaridad de varias personas, pero también, desgraciadamente, la catadura moral de muchas otras personas que, con poder y sin poder, desde el ámbito privado y público, nos traicionaron como país y como nación sacando lo peor de sí.

Ahora uno mira todo este año sombrío y enrevesado que hemos pasado y nos queda la idea de cuánto dolor hemos dejado en el camino. Sin embargo, permítanme decirlo, hubo un momento en que vi al país como nunca antes lo vi. Duró poco, es verdad, pero existió. Duró algunas semanas, no sé si dos o tres, o quizás un poco más o un poco menos. Un presidente (al margen de la persona que ocupó el cargo) salía a diario en la TV, todos nos sentíamos conectados, salíamos a aplaudir a nuestros policías, a nuestros médicos, a nuestros serenos. ¿No les parece que ese fue el momento de más unión nacional que vivieron desde que tienen uso de razón (quitando, por supuesto, los goles que nos llevaron al mundial de fútbol)?

Pero duró poco, finalmente. Luego todo volvió a lo de siempre. A este país tan fragmentado y tan irreconciliable que se refleja, sobre todo, en momentos como este, en medio de una campaña electoral.

Este año de pandemia nos ha golpeado como nunca antes, y nos sigue golpeando. El titular de la portada que publicamos en el mes más terrible que vivió La Libertad, en la que le birlamos unas líneas a nuestro poeta César Vallejo, sigue tan vigente: “¡Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!”.

¿Qué hemos aprendido en este año de pandemia? Urge que reflexionemos y nos respondamos a conciencia. Tal vez podamos empezar admitiendo que muchos de nosotros quizás hemos tenido mucha suerte, y esa fortuna otorgada por la Divina Providencia nos debe guiar a tener actos más humanos, menos discriminatorios, menos egoístas. Seamos más empáticos y, por una vez, empecemos a pensar como nación, como sociedad.

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