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A quince minutos de la ciudad de Catacaos, en la región, se encuentra el caserío de Narihualá, que es conocido por su huaca que lleva el mismo nombre de la ciudad, así como por su chicha de maíz y, aunque usted no lo crea, por las mujeres que pueden llorar tres días seguidos sin parar. A ellas se les conoce como “Las lloronas”.

LAS ÚLTIMAS. Este pequeño grupo de mujeres también ríe. Ellas se consideran muy sentimentales y en el pueblo no hay muchas que continúan este “oficio”.

Ramona Nizama (71 años), Mercedes Flores (59), Petronila Valencia (55), Julia Chero (54) y Eugenia Huamán (33) practican esta tradición desde que tenían 15 años de edad.

El oficio de “Las lloronas” llegó con los españoles, en el siglo XV.

Antiguamente era pagado, las plañideras iban detrás del difunto, recordando sus buenas obras en vida y se distinguían por los gritos de dolor que lanzaban. Además, se vestían completamente de negro, se colocaban aretes tejidos y velo oscuro.

Al mismo tiempo que caminaban, decían frases como: “pobrecito, tú fuiste buen músico y ahora quién tocará la Semana Santa”; “ay hermanito tú tejías bien bonito tu sombrero, ahora quién va a tejerlo”, comenta el periodista y costumbrista de Catacaos, Manuel Cielo Sosa.

LOS CAMBIOS. Actualmente, “Las lloronas” de Narihualá acompañan la comitiva del difunto sin lanzar desgarradores llantos, ya no llevan el velo negro y pueden vestir de azul, marrón o blanco y

negro, pero las lágrimas aún les brotan fácilmente.

El pago no es obligatorio, es la voluntad de los familiares del difunto.

Hace una semanas llegamos a Narihualá. Mercedes Flores y Petronila Valencia, dos señoras que se dedican al tejido de paja toquilla, nos dan una mala noticia.

El pueblo está de luto, ha fallecido un vecino: Gerardo Vílchez Vilcherrez (57).

Cuando llegamos al velatorio, encontramos a estas mujeres vestidas de forma casual, casi ni parecían “Las lloronas” que nos imaginábamos. Cuando les preguntamos por qué no se vestían de luto, la señora Mercedes Flores nos respondió: “ay no, qué dirá la familia del difunto que me visto de negro”.

Cuando hay un velorio, solo los familiares del difunto se les permite el luto.

En Narihualá, el difunto es velado dos días en su casa y todo el pueblo asiste a dar el

pésame a los familiares. En el segundo día, antes de caminar hacia el cementerio, los hijos del fallecido inclinan el féretro en la puerta de su casa, como una señal de respeto.

Luego le hacen una misa de cuerpo presente en la capilla de Narihualá y, finalmente empieza la caminata de tres horas hacia Catacaos.

Estás lloronas no caminan hasta el cementerio por sus limitaciones físicas, solo se les

puede observar acompañar un tramo del recorrido en la ciudad de Narihualá.

LA TRADICIÓN. Mercedes Flores, Petronila Valencia y Julia Chero, tres lloronas que acompañan la comparsa comentan que llorar desconsoladamente es una tradición que fue enseñada por sus padres y que desean continuar hasta que “Dios las llame a su morada”.

Una de las antiguas plañideras de Narihualá que no puede caminar, y, por lo tanto, no puede acompañar los entierros por el fuerte dolor en sus piernas, es Ramona Nizama.

Ella espera sentada en su silla de plástico para cumplir con su oficio: llorar y rezar por los difuntos.

Para las mujeres de Narihualá llorar es una forma de sacar la tristeza del corazón cuando

se va un ser querido.

DE PAÑUELO LARGO. Julia Chero cuenta que puede llorar tres días seguidos y considera que ese tiempo de llanto es poco porque ya nunca más volverá a ver a ese ser amado, por eso siente el deber de despedirlo con muchos honores, para que sepa que siempre lo recordará.

Ahora las lágrimas y rezos de estas mujeres acompañan a los difuntos de Narihualá, pero ellas se preguntan qué pasará después. Son solo cinco, la mayoría comienza a sentir el peso de los años y se preguntan quién seguirá con la tradición.

Aún hay vida y las esperanzas están puestas en sus hijas y en María Eugenia Huamán, la más joven del grupo.

Estas mujeres no quieren ser las últimas lloronas de Narihualá y harán todo lo posible por mantener la tradición.

EL ÁNGULO MÉDICO. El psiquiatra Nicolás Campano Contreras explica que con el llanto se libera serotonina (conexión neuronal) y disminuye el estrés.

“El beneficio es que libera hormonas que ayudan a disminuir la angustia. Además, que elimina la tristeza interna. No es tan malo llorar, pero nada en exceso es bueno”, indica el médico.

LO MALO. A pesar de esto, Nicolás Campano señala que no es saludable llorar tres días seguido, por el agotamiento corporal que significa esto. “Pero las personas que pasan por un duelo, sí es necesario que lloren para que desahoguen sus tristezas y que liberen las malas energías”, indica el mencionado psiquiatra.

Para afrontar el fallecimiento de un ser amado, Nicolás Campano asegura que es importante estar con una persona cercana que te ayude afrontar ese momento de dolor y aceptar la pérdida, o tomar pastillas recetadas por un médico para calmar la ansiedad.

Recuerde, además, que siempre es bueno tener la ayuda de un profesional, en caso no pueda superar la pérdida de un ser querido. 

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