Omar Aliaga (Foto: Difusión)
Omar Aliaga (Foto: Difusión)

Omar Aliaga ha reunido en “Crimen y testigos” una serie de crónicas que retratan el lado más oscuro de Trujillo, una ciudad ensombrecida por el crimen y la corrupción.

Este registro, sin embargo, es una manera de seguir dándole voz a los que no tienen poder y luchan contra las injusticias. Porque algún día las balas dejarán de ser el pan de cada día.

Si bien el libro no tiene un afán sociológico, sino testimonial, su lectura nos deja pensando en por qué Trujillo se ha convertido, como dices, en la “capital de la eterna balacera”. ¿Cómo crees que se ha llegado a ese punto?

Es un tema bastante complejo, pero han sido una suma de factores. Por ejemplo, el auge económico, que empezó en los 2000 con la minería, la agroexportación, la construcción. Eso atrajo nuevas modalidades de delincuencia. también tiene que ver mucho la corrupción policial. Y el famoso caso del “Escuadrón de la muerte” terminó generando una especie de eclosión que se ha seguido viendo en los siguientes años. A mí nadie me quita que en este hecho hubo un componente político.

Lo que se vio primero como una solución, con Espinoza, agravó la situación…

Buscó ser efectista, el acusado principal del escuadrón termina siendo alcalde bajo la promesa de erradicar o controlar la inseguridad. Sin embargo, la gente se decepcionó rápidamente de él cuando vio que no podía hacer eso. Es la gran ironía de todo esto.

¿Has visto que se está haciendo algo para disminuir los crímenes?

Ha habido algunos intentos. Pero uno no nota cambios porque sigue esta percepción de inseguridad. En 2019 hemos tenido una cifra alta de homicidios, en comparación con la de anteriores años. Pero, en su mayoría, son ajustes de cuentas. Y eso se ha dado, también lo dicen las estadísticas, gracias a la liberación de algunos delincuentes que estuvieron purgando condena. Salen a pelear por su “territorio”.

El sistema judicial sigue siendo un problema...

Sí, en los últimos años se ha visto una guerra constante por el territorio, el negocio, y vuelvo al tema de la corrupción. No solo con los policías sino con los agentes de justicia.

Y también están los que no tienen poder, como las familias de dos feminicidios que se cuentan en libro…

Sí, es una de las crónicas más conmovedoras: la lucha de dos padres que perdieron a sus hijas muy jóvenes a manos de hombres y que hasta ahora esos señores están peleando con lo poco que tienen. Son luchadores anónimos esperando justicia. También está el drama en la prisión, con la crónica que cierra el libro, sobre el hijo, inocente, de una mujer que condenada. Es una realidad que no miramos.

Se habla poco de esa situación…

Es un tema invisible. ¿Qué pasa con los pequeños cuyas madres están en prisión?

Muchas veces no tienen donde ir y ese caso es real y emblemático.

La mayoría de autores menciona cómo los cambió estas historias. En tu caso, ¿cómo te afectó la historia del asesinato de William Galindo?

La historia tiene algo en particular que no lo digo en el relato, pero lo saben algunos: el hermano de él es un amigo mío, un abogado que conocí en la universidad. Había una especie de conflicto y dudé en incluir esa historia pero decidí hacerlo. Él estuvo el día de la presentación, compró el libro y me pidió que se lo firme. No me ha hecho más comentarios, imagino que lo leyó.

¿El libro es una manera de hacer un eco a historias que se pierden en la coyuntura?

Exacto. Son casos puntuales pero representativos: víctimas del fragor delictivo, pero también del crimen cotidiano, como en el caso de los feminicidios. O el crimen de este niño en Paiján: la culpable fue una vecina. Ahí no hablamos de criminales organizados, sino de personas comunes que se convierten en asesinos y que pueden vivir al costado de tu casa.