“A los restaurantes, ya sin ayuda como en la primera ola, no les ha quedado otra opción que adaptar sus conceptos o crear otros paralelos con propuestas más cercanas al consumidor”, comenta Jimena Agois, fotógrafa y periodista gastronómica.
“A los restaurantes, ya sin ayuda como en la primera ola, no les ha quedado otra opción que adaptar sus conceptos o crear otros paralelos con propuestas más cercanas al consumidor”, comenta Jimena Agois, fotógrafa y periodista gastronómica.

La segunda ola de la COVID-19 llegó a nuestro país con gran fuerza. Desde hace tres semanas vivimos un segundo confinamiento, que si bien está siendo más benévolo que el primero, nos ha agarrado a todos cansados y aún más golpeados que la primera vez; y el sector gastronómico no es la excepción.

Si bien las vacunas ya empezaron a llegar a nuestro país, lograr que un número significativo de gente se vacune va a tomar tiempo y en esta oportunidad, el tiempo no juega mucho a nuestro favor.

Hoy los locales nuevamente han cerrado sus puertas, y el servicio se limita únicamente a delivery (propio o por aplicativos) o al take out, que ha sido la salvación para muchos negocios del sector que no cuentan con un salón y cerrar por un mes sus puertas hubiese significado, cerrar para siempre (tal es el caso de tiendas de delicatessen, pequeñas cafeterías, entre otros pequeños comercios relacionados al sector).

La tan ansiada reactivación económica vuelve a estrellarse contra esta pandemia que tanto daño nos ha hecho y a los restaurantes ya sin ayudas como las de la primera ola, no les ha quedado otra opción que adaptar sus conceptos o crear otros paralelos, con propuestas más sencillas, y más cercanas al día día del consumidor, que se adaptan de una mejor forma al transporte de delivery y llega en mejores condiciones a casa. Tal es el caso de los sándwiches, hamburguesas, pizzas o el tan amado pollo a la brasa en todas sus presentaciones.

Difícil etapa.  En esta segunda ola, afrontamos este nuevo confinamiento con otra actitud, la crisis económica que muchos sentimos cada vez más cerca, o ya vivimos, aumenta el peso sobre nuestros hombros. Ansiedad, estrés, preocupación, son algunos de los sentimientos que hoy en día rondan a los hogares peruanos.

Los problemas que de una u otra manera estamos viviendo, desde hace casi un año, nos afectan y queramos o no, se ven reflejados en nuestra alimentación. En el primer confinamiento aprovechamos para reencontrarnos con la cocina. Nos preocupamos por conseguir buenos insumos, replicar platillos de toda la vida en casa y festejar alrededor de ella por el logro conseguido. Habría que sumar que tampoco teníamos muchas opciones.

Ahora el cansancio y hartazgo de la situación no ayudan. La economía de ahorro en casa predomina, y guardar pan para mayo (o quizás más tiempo) es lo que manda en los hogares. La crisis política y las próximas elecciones no ayudan. La incertidumbre en estos dos sectores (el económico y el político) hace que el peruano sea cauto a la hora de tomar decisiones, sobre todo aquellas que afectan su economía.

Y esto se refleja en la manera en que consumimos el delivery y en los platos que buscamos. Abundantes, sabrosos, contundentes, que rindan pero sobre todo a un buen precio, son algunas de las cosas que predominan a la hora de elegir, y nuestros cocineros, que buscan a toda costa salvar su negocio lo saben.