¿Restaurante o discoteca?
¿Restaurante o discoteca?

Suelo salir a comer a restaurantes desde que tengo uso de razón. Desde muy pequeña, he acompañado a mis padres en sus visitas gastronómicas a distintos locales, a tal punto que uno de mis primeros recuerdos de niña son los animales que decoraban el recordado Pabellón de Caza, colindante con el Museo de Oro. Este ritual familiar se repite hasta el día de hoy, casi treinta y nueve años después. Los almuerzos en familia, hoy con mis hijos, continúan sobre todo los fines de semana. Y dependiendo de los antojos de cada uno, los restaurantes van variando.

El sonido que acompaña mis memorias de aquellos años es siempre una música con volumen bajo y melodía de ascensor, ideal para largas charlas en familia alrededor de la buena mesa. Hoy en día, mis visitas son opacadas por una música alta de fondo que, en varios casos, ha provocado que mis hijos se tapen los oídos. Los ritmos son tan toneros que dan más ganas de bailar que de sentarse a comer y a conversar.

SONIDOS QUE DISTRAEN. Creo que empecé a notar más este detalle cuando volví de España, donde la mayoría de establecimientos no tienen ni música de fondo. Sé que muchos dirán que ya estoy vieja -aunque créanme que treinta y nueve no es tanto-, pero creo que no es un tema de edad.

Amo la música y cuando visito esos mismos locales, por cuestiones laborales, hasta aplaudo la buena elección de canciones incluidas en la lista de música. Mientras hago mis fotos, bailo y canto cada una de las melodías; no obstante, cuando el contexto cambia y el plan es sentarse a comer, con amigos o con familia, lo que quiero es disfrutar de cada plato y conversar con la gente con la que he decidido pasar un momento agradable, pero no acabar gritando para escuchar la conversación ni torturar al mozo en todo momento para que por favor baje el volumen. O, en el peor de lo casos, llegar a mi casa afónica. Para eso, me voy a un bar o a una discoteca, no a un restaurante.

EQUILIBRIO. Creo que es importante lograr un balance en el que el comensal pueda disfrutar de una tarde de tertulia con sus acompañantes sin dejar de disfrutar de una buena música de fondo. Muchos espacios no han sido diseñados para ser restaurante y la acústica del lugar, en muchos casos, también juega en su contra. A eso podemos agregarle el bullicio formado por las conversaciones de un lugar repleto de gente, la bulla de la calle si estás en una terraza o si hay muchas ventanas abiertas. Construcciones, claxons, etc… Y el momento en el que debías pasarlo bien se vuelve un agobio de ruido en el que solo quieres acabar para volar a tu casa y que nadie te hable.

Vivimos en una ciudad donde el ruido es un problema grave y seguir encontrándonos con este en los momentos en que buscamos tranquilidad es un tormento.

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