María Adelaida Penagos, una diseñadora colombiana de moda, de 35 años, no tiene mejor despertador en las mañanas que su cerdito enano de tres meses. Horacio, atrae todas las miradas en las calles de Bogotá.
El inmenso apetito de Horacio despierta por las mañanas a María Adelaida y a su novio, Jorge. Empujándolos con su hocico les reclama que le sirvan el desayuno. Horacio come forraje dos veces al día, aunque en ningún momento cierra la boca, porque come todo lo que encuentra, incluso ha probado el chicharrón, que está hecho de piel de cerdo.
A sus tres meses, Horacio pesa 8 kilos y está cerca de llegar a su máxima altura, que puede ser de unos 30 centímetros.
“Me enamoré de Horacio desde que lo vi recién nacido en casa de la criadora, era el único de las siete crías con el cuerpo negro y la barriga, las patas y la punta de la cola color blanco”, relató Penagos a EFEstilo.
Este cerdo enano vietnamita solo vivió durante su primer mes junto a su madre, en el criadero, donde María Adelaida iba a visitarlo, hasta que pudo llevarlo a Bogotá en avión.
Desde entonces, todo cambió para la diseñadora, quien dejó de comer cerdo, y para Horacio, que, como un perro, está aprendiendo a obedecer órdenes y ya se detiene cuando se acerca un automóvil durante sus cotidianos paseos matutinos.
“No lo vayas a hacer chicharrón”, le advierten cuando lo pasean por las calles del norte de Bogotá, con su correa como la de un perro y una pañoleta diseñada por ella enrollada en torno al lomo.
Las mujeres, en general, se enternecen al verlo pasar con sus característicos andares y su cola juguetona, pero muchos hombres lo miran, literalmente, como si quisieran comérselo, dice su dueña.
Penagos no conoce otra criatura como Horacio en Bogotá, pero el cerdito sí tiene seis hermanos en Medellín, donde vive también la criadora de estas mascotas todavía raras en Colombia, pero ya bastante populares en Estados Unidos y Europa.
Entre los admiradores de estos animales está el actor George Clooney, que vivió con su cerdo “Max” durante 18 años.
Horacio hace caso cuando le conviene y la naturaleza lo llama de vez en cuando, en sus caminatas por las alamedas bogotanas.
“Acá en el barrio ya es conocido”, destacó a EFEstilo Edwin Ávila, un vigilante del sector.
Horacio también se baña siempre que puede en la piscina de la finca y nada igual o mejor que un perro.
“No es cochino, la mala fama de los cerdos es infundada”, dice el ama de Horacio, que lo baña cada ocho días.
El pequeño cerdo, por el que sus dueños pagaron 550 dólares, desde el principio, marcó su territorio y ahora tiene un lugar para comer, otro para hacer sus necesidades y otro para dormir.
Ha demostrado ser muy inteligente, como habitualmente son los de su raza, que “tienen más personalidad que un perro, aunque son más tercos. No les gusta sentirse dominados”, dice Penagos.