La chica de la puerta de al lado. Esa fue la fórmula y el inicio de todo. Había que alborotar los 80 y buscar a la muchacha ideal, la de los sueños, pero la de aquí, nada con echar mano a las tijeras y piratear rubias de Playboy. Había que lanzar a página entera, o en la central, a las musas de carne y hueso con sabor nacional, aquellas que salían en plumas y lentejuelas a desvelar la noche de Lima, las que coqueteaban en la televisión, y por qué no, también a esas jovencitas sin nombre que necesitaban salir del anonimato. Todas ellas calificaban.

Jorge Vega la tenía clara, como su inmensa pasión por la fotografía, que confesaba sin empacho, y también ese ojo clínico que siempre lo ayudaba para detectar entre la multitud a una estrella en ciernes. El fue el elegido para semejante misión. Maleta gigante al hombro, equipo de aquellos y ganas de encontrar a "su chica", tomó el encargo del exitoso Ojo ochentero, con la seriedad de jefe de una operación secreta, no había que filtrar nada a la competencia, se debía guardar el material bajo siete llaves hasta su publicación y hacer respetar los compromisos a sus modelos...

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