(Foto: SEBASTIEN BOZON / AFP)
(Foto: SEBASTIEN BOZON / AFP)

Escriben Joselyn Levizaca y Luis Raez

Una de las razones –entre tantas– por la que la pandemia del COVID-19 es tan mortal en Italia y no en Japón o Corea del Sur, es cultural. En Europa, la norma estándar de saludo en varios países es un beso por mejilla; mientras que en ciertas naciones asiáticas un “hola” no implica necesariamente contacto corporal. En América, es normal un apretón de manos entre hombres, pero el beso a las damas está tácitamente institucionalizado.

Es bastante probable, luego de que dejemos atrás esta crisis sanitaria, que el mundo tal como lo conocemos, no sea el mismo. Mínimas acciones como el beso al saludar tal vez sean menos frecuentes. Y eso es solo el pequeño espectro. A nivel global, ya se habla de una gran recesión, que pondrá en jaque la economía de los países. Solo para el Perú, el economista Carlos Parodi, de la Universidad del Pacífico, prevé un millón de desempleados más tras la crisis.

“Los Gobiernos han tomado medidas de contención (de la pandemia) que han sido imprescindibles, pero que han afectado la economía. (…) Tienes una caída de la oferta y una caída de la demanda, las dos al mismo tiempo, y es un fenómeno que yo no había visto en ningún momento en la historia, con lo cual se frena al mundo”, señala Parodi.

Según el especialista, esta crisis va a cambiar la manera de vivir de las personas. En la historia, no es la primera vez que una pandemia altera las reglas del juego. Un ejemplo es la peste negra del siglo XIV. La plaga mató a un tercio de la población de Europa y contribuyó al fin del feudalismo. Obviamente, no fue el único factor que derrumbó el sistema económico imperante en el Medioevo. En el Viejo Continente, las Cruzadas (1095-1291) y la Guerra de los Cien Años (1337-1453) también fueron elementos que desgastaron la estructura jerárquica que tenía en primer lugar a reyes, luego a señores feudales, tercero a caballeros (milicia) y finalmente a campesinos y al pueblo llano.

El hecho es que la peste mató tanta gente que acabó con la mano de obra dedicada a las tierras de los nobles y monarcas. Esto hizo que el campesinado opte por trabajar para sí mismo o bien exigir una compensación mayor por ocuparse de los predios de los nobles, una cuestión de oferta y demanda que sentó las bases del capitalismo y favoreció el empoderamiento de una clase hasta entonces subyugada al vasallaje y servidumbre.

Evidentemente, la tasa de mortalidad actual del COVID-19 no se puede comparar con la que provocó la peste bubónica en la Edad Media. Sin embargo, sí se puede predecir que el sistema económico actual no permanecerá inalterado.

“Si hay algo que se sabe por la historia, es que las crisis como guerras o pandemias suelen hacer que el gasto público crezca, y que el Estado intervenga en mayor proporción en la economía de lo que lo hacía antes. Y eso rara vez vuelve al modo inicial una vez que acaba la crisis. Probablemente, el Estado tenga un rol más importante en la economía después de la pandemia del que había tenido”, manifiesta el internacionalista Farid Kahhat.

Más protagonismo económico puede significar un fortalecimiento del Ejecutivo. En el corto plazo, ya se ve que la crisis sanitaria ha incrementado la aprobación popular de muchos Gobiernos. Un ejemplo es el primer ministro italiano Giuseppe Conte, un hombre que llegó al poder casi por casualidad, gracias a un acuerdo entre el partido de ultraderecha Liga Norte y el populista Movimiento 5 Estrellas. Cuando asumió el cargo, en 2018, este desconocido de la política era visto como un títere con pocas posibilidades de afianzarse en el puesto. Sin embargo, el 14 de marzo, un sondeo de Ipsos le daba una aprobación que supera el 50%. El propio Donald Trump ha logrado récords de popularidad, pese a su cuestionable manejo de la emergencia.

“Lo que se ve en las encuestas de opinión es que, en los momentos más álgidos de la pandemia, hay una tendencia a cerrar filas con el Gobierno”, señala Kahhat. En este contexto, muchos auguran una suerte de reposicionamiento del sector público.

“La era Reagan se acabó. La extensamente aceptada idea de que el Gobierno es inherentemente malo no persistirá después del coronavirus. Este evento global es evidencia de que un Gobierno funcional es crucial para una sociedad sana”, manifiesta Lilliana Mason, profesora de la Universidad de Maryland, al medio estadounidense .

Pero puede haber un lado oscuro en este romance entre pueblo y Ejecutivo. “Incluso democracias como Corea del Sur han utilizado información privada de los ciudadanos para rastrearlos durante la pandemia. Se puede entender que se haga durante la emergencia porque se requiere saber quiénes están infectados, cuáles son sus contactos o si se cumple o no con cuarentena. El tema es que ese acceso a la información privada también podría mantenerse una vez que pase la crisis. En Israel, los ciudadanos se enteraron de que sus servicios de inteligencia tenían un banco de datos sobre todos los habitantes del país cuando los empezaron a rastrear a raíz de la pandemia. La pregunta es: ¿Los Gobiernos van a retroceder en ese grado de control que ejercen sobre sus ciudadanos?”, advierte Kahhat.

Junto con un mayor control interno, es factible que la tendencia a cerrar fronteras continúe por algún tiempo. Esto además significaría un retroceso de la globalización. En la economía, ello podría implicar que se acorten las cadenas de suministros. “Por ejemplo, si para producir un iPhone en EE.UU. participaban 12 países en varios continentes, cada vez más se va a intentar obtener materias primas de Estados cercanos geográficamente. En el caso de EE.UU., se podría reemplazar a China por México o Canadá. Eso va a tener un costo para la economía global”, agrega el internacionalista.

Medio ambiente. Uno de los primeros efectos positivos de la crisis es el descenso en los niveles de contaminación. De acuerdo con el portal Carbon Brief, China redujo sus emisiones de CO2 en alrededor de 25% en febrero, como consecuencia de la cuarentena exigida para controlar el coronavirus. Incluso, según el Gobierno, la calidad del aire subió 11.4% en 337 ciudades. Por su parte, la Agencia Espacial Europea reportó que las concentraciones de dióxido de nitrógeno (compuesto altamente dañino y contaminante) cayó en el norte de Italia, zona tradicionalmente industrial y que ha sido duramente golpeada por la pandemia.

Lo ideal es que esa tendencia continúe tras el fin de la crisis. Si bien no se pueden predecir qué tan contaminantes sean los planes de reactivación económica de los Estados, una lección que queda de la pandemia es que nuestros hábitos tienen consecuencias sobre el medio ambiente.

“Yo creo que habrá dos tipos de cambio. El primero es de usos y costumbres. Por ejemplo, la concurrencia a eventos públicos se va a ver restringida. Por otro lado, considero que sí va a ver un impacto en la conciencia de las personas sobre nuestro impacto en la naturaleza. Si de algo ha servido esta crisis, es para observar cómo el medio ambiente se ha visto resentido a partir de nuestras actividades. Lo que interesa es que la conciencia vaya al Gobierno”, manifiesta Richard O’Diana, miembro del Movimiento Ciudadano frente al Cambio Climático.

La clave en este asunto es una economía ecoamigable. En este sentido, el teletrabajo es una opción para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) ocasionadas por el transporte en las grandes ciudades. Y el transporte genera más del 20% de la emisiones globales de GEI. Es obvio que no todo trabajo se puede desempeñar a la distancia; sin embargo, esta pandemia ha demostrado que se pueden realizar desde empleos administrativos hasta telemedicina (diagnósticos médicos a través de videollamadas, por ejemplo). El riesgo evidente es, por supuesto, llegar a una dependencia desmesurada de la tecnología.