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El viernes 15 de abril se cumple un aniversario más del fundador de la República Popular Democrática de Corea, Kim Il-ung, que gobernó Corea del Norte desde 1948 por un total de 46 años hasta su muerte. Para la celebración de lo que es un día de fiesta nacional, el nieto de Kim Il-ung, Kim jong-ung y actual líder supremo del país, ha previsto el lanzamiento de un misil de mediano alcance en medio de un clima cada vez más enrarecido por las tensiones con la comunidad internacional, en especial con su vecino antagonista, Corea del Sur, y su mayor aliado, Estados Unidos.
Corea del Norte es uno de los pocos estados socialistas que quedan en el mundo, junto con China, Cuba, Vietnam y Laos, y que insiste en no ser llamado una dictadura. Casualmente, hace poco se puso a disposición en el servicio de entretenimiento on line Netflix, un documental llamado El Juego de la Propaganda, en el cual al director español Álvaro Longoria se le permite el ingreso para atestiguar lo que sucede en el país más hermético del mundo.
Longoria se pasea por Corea, y es apreciable su esfuerzo por mantener la objetividad en su documental. Longoria no quiere suscribir la posición que acusa al país como una dictadura, y tampoco quiere plegarse a hacer proselitismo a favor del régimen comunista. En ese sentido, El Juego de la Propaganda no da respuestas concluyentes sobre Corea, pero deja por sí mismo varias preguntas en el aire.
El documental muestra un culto a la personalidad excesivo por los líderes, desde el fundador hasta el actual Kim jong-ung, con una población prohibida a acceder información del extranjero porque todo significa un peligro contaminante para un sistema “perfecto”. Luego de ver el documental, uno no deja de preguntarse por qué Longoria no puede grabar nada sin la vigilancia de un militar, o caminar solo sin la compañía de un guía uniformado. Para el sentido común, eso genera suspicacia suficiente para saber que algo anda mal, pues sin libertad no puede llegarse a la verdad; y eso es indisimulable en Corea: el aniquilamiento de la libertad individual y la prohibición de la disidencia.
Corea y sus autoridades insisten a lo largo de El Juego de la Propaganda que todo las limitaciones que imponen a Longoria – o a cualquier otro agente foráneo- las hacen para evitar que se distorsione la verdad armoniosa del país, pero eso es muy sospechoso. La historia dicta que el enquistamiento en el poder siempre es síntoma inequívoco de tiranía. ¿Por qué tendría que ser distinto en Corea? No hay nada que nos diga que pueda ser distinto. La historia poco entiende de excepciones.