La democracia sigue vivita y coleando
La democracia sigue vivita y coleando

Como economista político, me he ganado la vida estudiando el impacto de la política en la economía. Mis amigos y coautores que son científicos políticos se enfocan en cómo la economía afecta a la política. ¿Qué es más relevante en la vida real? ¿Los países con una mala política sufren de malos resultados porque las políticas económicas malas son impulsadas por una mala política? ¿O porque las dificultades económicas persistentes hacen que sea difícil de sostener una política razonable?

Cada año ofrece ejemplos de ambos tipos. El año 2015 no fue una excepción, produciendo dos historias importantes: Grecia y China. Ambas son dramáticas y multifacéticas.

En Grecia, la cuna de la democracia occidental, los votantes se sintieron decepcionados de los partidos dominantes y eligieron al pequeño partido izquierdista Syriza, el cual prometió liberarlos del dolor económico. Los críticos de los regímenes no democráticos (o de “democracias iliberales”) interpretaron la victoria de Syiriza como un fracaso del sistema democrático. Argumentaron que esto era una prueba de que no se podían confiar a los votantes comunes las decisiones importantes porque prefieren las soluciones populistas sencillas pero incorrectas. Sin embargo, los acontecimientos tras la victoria de Syriza probaron que los votantes griegos no fueron miopes ni irracionales.

Sí, como pronto se volvió claro, las promesas de Syriza no eran realistas. Como dijo una vez el secretario del Tesoro de Estados Unidos Larry Summers: “No se pueden derogar las leyes de la economía. Incluso si son inconvenientes”. Sin importar lo popular que fuera Syriza, no podía sacar miles de millones de euros de la nada.

La opción era continuar con las reformas dolorosas o incumplir sus pagos. Las reformas significarían una declinación inmediata en los niveles de vida; el incumplimiento de pagos empeoraría aún más las cosas. El incumplimiento de pagos trae consigo turbulencia e incertidumbre, y el gobierno automáticamente recurriría a políticas de austeridad de cualquier manera; no porque quisiera, sino porque no tendría efectivo para hacer nada más. Simplemente no habría acceso a los mercados financieros.

Soy lo suficientemente viejo para recordar como el incumplimiento de pagos de 1998 en Rusia llevó al poder al único gobierno abiertamente izquierdista en la historia postsoviética del país. Inicialmente soltaba a borbotones la retórica comunista, pero se vio forzado por la carencia de efectivo a poner en práctica uno de los presupuestos más austeros que haya tenido Rusia.

Los votantes griegos al parecer comprendieron el costo del incumplimiento de pagos y, en un referendo, apoyaron permanecer en la zona del euro. Esta votación eventualmente empujó al gobierno de Syriza a llegar a un acuerdo con los acreedores del país. El acuerdo no traerá prosperidad a los votantes griegos, pero es ciertamente la opción menos costosa.

La otra historia económica del año, incluso más grande, fue el desplome del mercado accionario y la desaceleración del crecimiento económico de China. El asombroso éxito de la economía de China desde 1978, a medida que el gobierno ha puesto en práctica reformas económicas, ha intrigado a muchos economistas y científicos políticos. Las dictaduras regularmente sufren de dos problemas inminentes. Uno, en las no democracias es difícil crear un régimen de derecho genuino, el cual es crucial para los derechos de propiedad y el cumplimiento de los acuerdos; estos a su vez son necesarios para la inversión y el crecimiento. Habitualmente, los gobiernos dictatoriales no pueden prometer abstenerse de expropiar a los inversionistas. Dos, sin competencia política y libertad de medios, es difícil obtener una retroalimentación adecuada; la cual es necesaria para dirigir a una economía grande.

El Partido Comunista chino abordó estos problemas en cierta medida adoptando varios elementos esenciales de la política democrática moderna: la meritocracia, los pesos y contrapesos y la rotación regular de la élite. No se ha determinado aún cómo y por qué surgió este sistema. Bien podría ser que el periodo de 1949 a 1978 fue solo una irregularidad pasajera, después de la cual China regresó a sus instituciones meritocráticas confucianas, o quizá que los sobrevivientes de la era de Mao querían crear salvaguardas contra su regreso.

Este sistema político híbrido creó incentivos para las reformas en favor del crecimiento: la liberalización en la agricultura y luego en otros sectores; la relajación de las barreras a la migración interna; la privatización de pequeñas empresas y luego de otras más grandes; y la integración en la economía mundial. Estas reformas trajeron consigo una trayectoria de crecimiento similar a las de Japón, Taiwán y Corea del Sur entre 15 y 30 años antes.

Sin embargo, esos países ya eran sistemas políticos más abiertos cuando alcanzaron los niveles de ingreso de que disfruta China hoy. Esta apertura, a su vez, les permitió continuar con reformas que produjeron más crecimiento. Eso no es una coincidencia: La teoría económica sostiene que existe una diferencia cualitativa entre el crecimiento de un país pobre a uno de ingresos medios y un crecimiento adicional de los ingresos medios a la riqueza. El primero involucra ponerse a la par de países avanzados y adoptar sus “mejores prácticas”; este proceso podría llevarse a cabo en una forma vertical. Así que un gobierno centralizado “benevolente” puede realizar la labor.

En tanto que para el crecimiento por encima de los ingresos medios, el sistema económico necesita alentar la innovación, lo cual requiere un sistema político descentralizado y competitivo. Muchos países no han encontrado la manera de crear esas instituciones pro-innovadoras y por ello quedaron encerrados en la “trampa de los ingresos medios” de la desaceleración del crecimiento. Japón, Taiwán y Corea salieron de esta trampa y se volvieron economías ricas basadas en el conocimiento.

La turbulencia de 2015 indicó que China podría estar enfrentado este desafío. Múltiples estudios económicos han demostrado que China sigue teniendo enorme potencial para un crecimiento que puede ser liberado por reformas adicionales en las empresas estatales y el sistema financiero, promoviendo el régimen de derecho y las políticas de competencia. Pero esas reformas socavarían el actual dominio del poder del gobierno porque esas empresas y bancos son sus principales palancas económicas.

En 2012, los líderes entrantes de China delinearon una agenda de reforma en un impresionante proyecto “China 2030” elaborado por el Consejo Estatal de China y el Banco Mundial. En los últimos tres años, sin embargo, se ha implementado muy poco de ese mapa de ruta. En vez de ello, los líderes de China han optado por una mayor centralización del poder político.

El debate en torno de si la democracia produce prosperidad se remonta al menos hasta Aristóteles; los científicos sociales siempre se han preguntado si la democracia promueve el crecimiento económico, o si los altos ingresos son un prerrequisito para una democracia estable. En los últimos años, los economistas han usado herramientas estadísticas avanzadas para demostrar que la primera visión es correcta: los países que experimentan democratizaciones mejoran en promedio su desempeño de crecimiento en entre uno y dos por ciento al año por 10 años.

El año 2015 sugiere que probablemente tengan razón. Los votantes griegos eligieron el menor de los males, aunque doloroso. Y los problemas de China sugieren que el sistema político de China quizá sea un poco obsoleto para lo que su economía necesita y merece. Esto no implica que el crecimiento económico de Grecia vaya a superar al de China. No lo hará; ya que hay muchas cosas que Grecia puede aprender de China. Pero este año también ha demostrado que China también puede aprender de Grecia: los votantes no siempre están equivocados y las autoridades que gobiernan en vertical no siempre son benevolentes, omniscientes y omnipotentes.

(Sergei Guriev es profesor de economía de los Instituts d’etudes politiques (SciencesPo) en París. Anteriormente fue rector de la Nueva Escuela Económica en Moscú pero salió de Rusia bajo presión política.)

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