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Ayer, en muchas partes del mundo cristiano celebraron la fiesta de los Reyes Magos. Se trata de una tradición mentada en la Biblia únicamente por el evangelista Mateo (2, 1-12). El apóstol no refiere de qué parte de Oriente llegaron hasta Belén para adorar al niño Jesús recién nacido. Mateo tampoco contó acerca de sus nombres ni de cuántos reyes se trataba. Los nombres que la costumbre cristiana ha mentado por siglos son Melchor, Gaspar y Baltasar y solamente aparecieron en el siglo VI, en el famoso mosaico de la basílica de San Apolinar el Nuevo, en Rávena, al norte de Italia. Para ese tiempo ya había cobrado mucha fuerza la Santísima Trinidad, es decir, el credo de un solo Dios en tres personas distintas. Tres fueron los magos -los armenios refieren hasta 12 y eran como sabios o astrónomos de gran influencia- que viajaron, guiados por una estrella, hasta llegar al pesebre para colocar a los pies del Nazareno oro, incienso y mirra. Habrían procedido de Babilonia y Persia, en los actuales territorios de Iraq e Irán, respectivamente. Recién en el siglo XIV es que el monje benedictino Beda los describió: “Melchor, anciano de blancos cabellos y larga barba del mismo color; Gaspar, más joven y rubio; y Baltasar, un señor negro”, seguramente para ejemplificar a las razas de los tres continentes relevantes en el siglo XIV (Europa, Asia y África). Grande ha sido la tradición de entregar regalos a los niños en este día, que desde la víspera lo esperan ansiosos previa carta que escriben, dando cuenta de su comportamiento durante el año anterior. Muy arraigada es la costumbre en España, y en América Latina en parte de México y República Dominicana. En el Perú, la denominamos Fiesta de Bajada de Reyes, aunque intacta en nuestros Andes, el norte, el sur y el oriente, en Lima ha ido perdiendo fuerza en los últimos años. Los monarcas y otros jefes de Estado, principalmente europeos, durante muchos años -hasta el comienzo del siglo XX- solían enviar regalos en esta fecha a sus homólogos, para atenuar los conflictos o acercar las vinculaciones bilaterales y se valían de sus embajadores para esas estrategias de Estado.