Hoy, Luis Bedoya Reyes, el último político histórico con carácter del Perú, cumple 101 años de edad. En dos siglos de vida republicana, nuestra mayoritaria clase política, no ha tenido temperamento ni fuste para encarar los enormes retos nacionales y Bedoya, que es parte de ella, es la excepción. En su vida política activa tuvo el carácter que tanto reclamamos de nuestros políticos para superar los momentos aciagos del Perú como la inseguridad ciudadana que hoy tanto nos preocupa. Dijo que haría la vía expresa –fue muy criticado por ello- y la hizo con decisión. Perdimos territorios y fuimos derrotados en una guerra que nos avisó que se venía pero nuestros políticos no hicieron nada para encararla o atenuarla porque nunca miraron al país en prospectiva como sí lo hizo Bedoya, que fue un visionario por antonomasia. Fue la diferencia sustantiva que lo distinguió de aquellos que se pegaron al confort, es decir, los conformistas y mediocres. No le importó la crónica sombra prejuiciosa y tan limeña del qué dirán al decidir reunirse con Juan Velasco Alvarado, luego del golpe de Estado a Fernando Belaunde Terry, otro de los últimos políticos con casta de señorío y caballerosidad que tuvimos aunque con poco carácter. Perdió dos veces las elecciones presidenciales -1980 y 1985- confirmando que no siempre las mayorías aciertan. En su enorme figura política con trayectoria descollante, Bedoya dio lección de lo que significa el servicio en la política bajando al llano para volver a postular a la alcaldía de Lima que también perdió pero más Lima y sus habitantes de los 80 extasiados por el verbo de Alan García que, con un solo balconazo, llevó al sillón edil a Jorge del Castillo. Bedoya decía las cosas directas, de frente y sin rodeos, guste o no a sus adversarios y a la gente. Esa fue la magia de su éxito aunque había a quienes no le gustaba el tono de su verbo, siempre respetuoso pero con inocultable fino sarcasmo. Fue el estadista que nos perdimos. Voté por él todas las veces que pude verlo en la contienda política. La clase política peruana debería tener muy presente su enorme legado y reitero que el Estado peruano debería declararlo el “Patriarca del Bicentenario”.