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Pocas veces relievamos el día del Ministerio de Relaciones Exteriores, que hoy cumple 197 años de creación, y muchas el día del diplomático peruano. Dado que son esencialmente complementarios, pues no son lo mismo, eso debe cambiar. Un 3 de agosto como hoy, hace 197 años, el generalísimo don José de San Martín expidió el decreto que lo creó como plataforma del Estado encargada de solventar nuestros intereses externos. Desde entonces, los responsables de llevar adelante esta tarea han sido los diplomáticos -con los años forjados como diplomáticos de carrera- y el valioso personal administrativo de la cancillería, quienes en conjunto vienen dando cumplimiento a las disposiciones del canciller de turno. Juan García del Río fue el primero, y José Gregorio Paz Soldán, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Ramón Castilla, su mayor arquitecto en el siglo XIX. La Constitución Política de 1993 establece que el presidente de la República dirige la política exterior del Estado, y corresponde al canciller y al ministerio que preside, integrado por diplomáticos y administrativos, su ejecución. Todos juntos actúan conforme los lineamientos de la acción externa determinados por el jefe de Estado. Están localizados, de un lado, dentro del país, en la sede misma de la cancillería y en otras dependencias públicas estratégicas, así como en las oficinas descentralizadas que cuenta en diversas ciudades del interior; y, de otro, en el exterior, integrando las embajadas, los consulados y las representaciones permanentes que tenemos por el mundo. Todo está muy bien; sin embargo, mirando los nuevos enfoques de la proyección internacional del Perú, será mejor si nuestros diplomáticos superan la mayor vulnerabilidad que la historia les ha señalado en nuestras negociaciones, principalmente las de fronteras: ausencia de carácter y de liderazgo, que algunas pocas veces tuvimos, como por ejemplo, con la formulación de la tesis de las 200 millas de la que fuimos pioneros sin discusión, aunque nuestros políticos hasta ahora no decidan nuestra adhesión a la Convención del Mar, que la recogió intacta.