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Vivimos un momento difícil para nuestro país. A comienzos del siglo, la caída de la dictadura fujimorista y el breve pero esperanzador gobierno de transición abrieron una nueva oportunidad para la república. Era la oportunidad para la reforma de las instituciones, y también para la reforma profunda de cómo ejercer nuestra ciudadanía. Diecisiete años después, podemos decir con decepción que no aprovechamos esa oportunidad, y que nuevamente nos encontramos en un escenario de crisis de confianza. Pero la crisis no nos debe llevar al desánimo o, peor aún, al cinismo. La frase “¡que se vayan todos!” expresa la frustración que vivimos, pero no nos plantea una alternativa de cambio a futuro. A pocos años de celebrar nuestro bicentenario, es necesario que retomemos el espíritu reformista y la esperanza de un mejor país para impulsar el cambio que necesitamos.La energía para este cambio existe, y es energía renovable. La vemos en los emprendimientos sociales que buscan solucionar problemas que el Estado no ha podido solucionar. La vemos en los jóvenes que salieron a marchar para expresar democráticamente su rechazo a la impunidad. La vemos en miles de servidores públicos -como los defensores de oficio o los jueces de paz- que no dejan que los escasos recursos acaben con la ilusión que tienen de asegurar la tutela de los derechos de todos.Esa energía es la que debe cambiar la política de raíz. Dejemos de lado el “que se vayan todos” y cambiémoslo por un “¡que vengan todos!”. Todos los virtuosos, todos los comprometidos, todos los honestos. La política, como el país, nos pertenece. Y es hora de recuperarla.