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Nadie podría distraerse de celebrar que un 6 de setiembre de 1815, Simón Bolívar, el Libertador de Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Bolivia, escribiera la histórica Carta de Jamaica, una de las piezas jurídico-políticas más extraordinarias que guarda celosamente la explosiva etapa de la emancipación americana de España. Lo voy a explicar.

Bolívar, el criollo que decidió desencadenarse del poder de la Corona, por su actitud contestataria, debió exiliarse en la isla de Jamaica. No tenía otra alternativa. El proceso independentista supuso que la autoridad peninsular en Caracas y otras partes de nuestra región se volcara represiva con todos los intentos emancipadores, que fueron surgiendo inexorables favorecidos por la coyuntura europea, también virulenta por la arremetida de Napoleón Bonaparte, el afamado Gran Corso, que pocos meses antes había sucumbido ante la acción de los Estados europeos que, reunidos en el marco del Congreso de Viena, habían conspirado para acabarlo y restituir las fronteras nacionales alteradas por Bonaparte con sus febriles conquistas, como había sucedido con España. La Carta de Jamaica en realidad fue una epístola de respuesta a otra que le había escrito Henry Cullen, comerciante jamaiquino de origen británico que residía en Falmouth, cerca de Montego Bay. Lo relevante de la Carta fue haber traslucido la marcada influencia de la Ilustración en el Libertador, siendo Carlos de Secondat, barón de Montesquieu, su filósofo preferido.

En la carta, el Libertador destaca el denominado contrato social y el iusnaturalismo, aquella revolucionaria tesis que decía que todos los hombres somos iguales, absolutamente contraria a la visión del derecho divino, impuesta por muchos siglos en la sociedad europea. La carta, que tenía por título original “Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla”, ha sido uno de los grandes referentes documentales de la historia contemporánea y solamente comparable a la “Carta a los Españoles Americanos” del arequipeño Juan Pablo Vizcardo y Guzmán que fuera publicada, años más tarde, por Francisco de Miranda. Bolívar incide en la indispensable separación de España, que había dejado de ser la “Madre Patria”. Esta visión lógicamente explicable jamás debería coludir con el reconocimiento del mayor legado que nos dejó España: la religión y el idioma.