Un domingo como hoy, hace 50 años, a las 3 y 23 minutos de la tarde, un terremoto con epicentro ubicado 45 kilómetros al suroeste de Chimbote sacudió parte del país. Remeció Lima, La Libertad, Lambayeque y Huánuco, pero especialmente la región Áncash, donde a raíz del desprendimiento de una cornisa del Huascarán, la ciudad de Yungay quedó literalmente sepultada por una avalancha, mientras Huaraz, Caraz, Carhuaz y Recuay resultaron en ruinas.

El número real de muertos por el terremoto del 31 de mayo de 1970 es difícil de determinar, pero fueron más de 80 mil. Ha sido quizá la peor tragedia sufrida por el país. Hoy vivimos otro pesar: el que nos trae el COVID-19 con más de cuatro mil 300 fallecidos y una economía atravesando uno de sus momentos más duros, al extremo que el Instituto Peruano de Economía (IPE) estima que en 2020 caería hasta en 15,8%, según ha publicado ayer El Comercio.

Hoy en Correo mostramos imágenes de lo sucedido hace 50 años, que ilustran la magnitud de ese hecho que ha marcado la vida de varias generaciones, especialmente de los descendientes de quienes vivían en el Callejón de Huaylas, ahí donde hoy existe el peligro de que la historia se repita, pues en las alturas de Huaraz se mantiene amenazante la laguna de Palcacocha, que en caso de otro sismo podría rebalsarse y echar un devastador alud de lodo y piedras sobre la capital ancashina.

Hoy, al cabo de medio siglo, el Perú se encuentra en otro momento crítico que hasta impide que se realicen los homenajes y simulacros propios de estas fechas. Sin embargo, esta coyuntura no nos debe de hacer olvidar que el peligro de un gran sismo en nuestra costa se mantiene latente. El COVID-19 ha demostrado que no estamos preparados para una emergencia y eso tiene que ser superado apenas la situación vuelva a la normalidad.

Un país con tantas amenazas no puede seguir con un sistema de salud tan deficiente y sin un registro de familias vulnerables con acceso al menos a una cuenta en el Banco de la Nación, solo por mencionar dos temas que deben ser afrontados de inmediato. El mejor homenaje para los caídos hace medio siglo y a los de hoy, será valernos de las experiencias trágicas para tratar de mitigar los efectos de las amenazas que penden siempre sobre nuestras cabezas.