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Hoy se cumplen 66 años de la firma del Acuerdo de Armisticio entre Corea de Norte y los EE.UU., que lideró la negociación por Corea del Sur, que no quiso firmarlo. Gobernaba el Perú Manuel A. Odría (1948-1956). El armisticio, en realidad, fue un acuerdo temporal sobre el cese de las hostilidades por la guerra entre las dos Coreas (1950-1953). La del norte, apoyada por la entonces Unión Soviética y China, y la del sur, que contó con el espaldarazo político y militar de EE.UU., y también la ONU, hay que decirlo. Eran los tiempos de la Guerra Fría, en que Washington y Moscú emergieron como las dos superpotencias luego de la Segunda Guerra Mundial, y se dedicaron a delimitar sus áreas de influencia. La ciencia de las Relaciones Internacionales llama a esta etapa Mundo Bipolar porque eran dos los Estados hegemones que buscaban imponer su sello ideológico. Así, la Casa Blanca pregonando el capitalismo, y el Kremlin, el comunismo, se dividen la península coreana: la República de Corea (Corea del Sur) y la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte), respectivamente. La guerra, que dejó el saldo de más de 3 millones de coreanos muertos, debía acabar a cualquier precio. Ninguna de las superpotencias ni los aliados de ambos querían que Seúl y Pyongyang siguieran masacrándose. Por esa razón decidieron el armisticio, firmado en la ciudad de Panmunjom, también llamada la “Aldea de la paz”, en el denominado Paralelo 38°, que es una zona desmilitarizada precisamente por ese acuerdo -hace 26 días, el 1 de julio, se produjo el histórico encuentro en ese mismo lugar del líder norcoreano Kim Jong-un, el presidente Donald Trump y el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in-, que sin que sea una paz permanente, pues no fue un entendimiento con ese definitivo propósito, sí paralizó las hostilidades y el fuego. De allí que, conforme el derecho internacional, la histórica firma que hoy estamos relievando recuerda a ambas naciones, que técnicamente siguen en pie de guerra. En mi libro Kim Jong-un, el niño terrible, publicado por el diario Correo, desarrollé dos retos hacia adelante: 1) La firma de un tratado de paz definitivo y permanente, y 2) La unificación de las dos Coreas. Lo primero, optimistamente y por ahora, es lo más viable desde el realismo político internacional.

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