El 9 de abril de 1948, como hoy, Bogotá cambió y fue para siempre es lo que ha cundido de manera dominante en la sociedad capitalina y por su impacto y envergadura, para todos los colombianos pues a partir de ese momento la vida nacional estará determinada por la violencia que se convirtió penosamente en estructural. En esa ocasión -gobernaba el Perú José Luis Bustamante y Rivero (1945-1948)-, Bogotá ardió en llamas. ¿Qué había pasado?, pues fue asesinado el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán (1903-1948). El magnicidio fue imputado a Juan Roa Sierra (1921-1948), que terminó en una muerte execrable -tanto o peor que la de Benito Mussolini-, por la turba que reaccionó enardecida e incontrolable por la muerte del prometedor político colombiano que se hallaba en alza para convertirse el presidente de Colombia en las elecciones de 1950. No solo Bogotá quedó en llamas como la Roma de Nerón. En realidad, la cadena de barbarie se irradiaba por todo el país produciéndose saqueos sistemáticos por todas partes. En efecto, Bogotá había quedado en escombros en medio de un pueblo que vivía el hartazgo porque los dos partidos dominantes de la política nacional: el Conservador y el Liberal, no respondían a las exigencias sociales. Ni siquiera la declaratoria del Estado de Sitio -un régimen de excepción de mayor complejidad que el Estado de Emergencia- pudo calmar al país marcado por los disturbios propios de una convulsión social sin precedentes. El gobierno de los conservadores Mariano Ospina (1946-1950) y Laureano Gómez Castro (1950-1951) estuvieron marcados por las prácticas represivas y fue el comienzo de los procesos político-sociales dialécticos en Colombia que dio paso a la aparición de las guerrillas promovidas por las olas marxistas que comenzaron a ganar espacios en América latina. Lo cierto es que Colombia a partir del Bogotazo -hubo más de 3,500 fallecidos- no volvió a conocer más de la paz y la tranquilidad nacional en las décadas siguientes sino hasta el momento de la firma del Acuerdo de Paz con la FARC en 2016 en que se logró una paz con ganas de que sea definitiva, pero esa no es la realidad. El Bogotazo debe seguir enseñando a los colombianos, pero también a los latinoamericanos, para no ningunear a la reacción del pueblo y mucho menos decidir medidas represivas que casi siempre son las peores.