La guerra de mediados del siglo XX (1939-1945), localizada principalmente en Europa, que cruzó hasta los territorios africanos y tuvo episodios de sangre en el océano Pacífico, llegó a su fin, en los primeros días del mes de mayo de 1945, en que los aliados vencieron a los nazis. Es verdad que tuvieron que suceder las desgracias en Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto siguiente, en que fueron lanzadas dos bombas atómicas por EE.UU., que en segundos cobró más de 200 mil muertos, para que realmente se apagara el fuego de la barbarie. Si miramos retrospectivamente la historia universal, veremos que en realidad la civilización estuvo plagada de conflictos, siglos tras siglos: Guerras Médicas, Guerras Púnicas, Guerra de las Galias, Guerras de las Cruzadas, Guerra de los Cien Años, Guerra de los Treinta Años, y muchas otras más, incluida la Primera Guerra Mundial, u otros muchos procesos bélicos regionales como la Guerra de Corea o la de Vietnam, etc. Pero ninguna conflagración como la guerra de 1939 que devastó a la humanidad estremeciéndola como nunca jamás antes en la historia con más de 70 millones de muertos. Por eso, a su finalización, siguió la fundación de la Organización de las Naciones Unidas, el mayor foro político del planeta, que consagró en la Carta de San Francisco -el tratado constitutivo de la ONU, que por el Perú, uno de los 51 Estados presentes en el acto de su creación, fue firmado por el eminente internacionalista Alberto Ulloa Sotomayor. El final de la guerra movió la conciencia mundial por la paz, de tal manera que su mantenimiento se volvió una exigencia jurídica para todos los Estados.

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