Mi pronóstico, lo digo ahora que es cuando vale, es que conforme se acerque el 6 de junio, las encuestas irán registrando el cambio cada vez mayor de los votantes hacia Keiko Fujimori, algunos de los cuales vendrán de las propias canteras de Pedro Castillo. Hay varias razones para vaticinarlo.

El representante de Perú Libre debe ser el más limitado del espectro electoral de la primera vuelta y su presencia en esta segunda instancia está asociada a razones que tienen que ver con la naturaleza del votante pero ninguna con sus atributos. Ni Castillo ni su partido tienen cualidades para ser elegidos, mucho menos para gobernar el país, pero mal harían los estrategas de Fuerza Popular en subestimarlo.

A estas alturas, la inteligencia cubana debe estar infiltrada en su candidatura y tratará de ir alimentando las ideas mononeuronales que esboza o vistiendo sus propuestas que hoy exhiben descaradas inconsistencias. Sin equipo técnico o planes en materia de economía o salud y con enormes dificultades oratorias para exponer ante el público o siquiera responder las preguntas de la prensa, estamos ante un recordman que solo se desdibuja en el nivel más deplorable y paupérrimo de la política peruana y ofende la imagen de miles de maestros.

Castillo no me inspira ningún respeto. No lo respeto ni como candidato, ni como maestro ni como ciudadano, pues ningún senderista soterrado merece la más mínima consideración. Ninguno que lleve a Guillermo Bermejo, procesado por sus supuestos contactos con los Quispe Palomino en el VRAEM; ninguno que haya formado un sindicato con César Tito Rojas, Lucio Ccallo Ccallata, Mery Coila e Hilso Ramos, miembros y adherentes del Movadef; ninguno que lleve en su lista congresal a Alfredo Pariona Sinche, detenido por repartir volantes senderistas y ninguno que sea un títere del corrupto Vladimir Cerrón. Hay en Pedro Castillo un personaje nauseabundo, un farsante que la política peruana no se debe volver a permitir.

TAGS RELACIONADOS