La polémica por la apertura de las playas en verano carece de sentido plantearla en términos de pérdida de libertades. Las situaciones especiales requieren tratamientos especiales. Más gente contagiada prolongará el tiempo de emergencia y el cercenamiento de las libertades. Por tanto, necesitamos apresurar el control de la pandemia, precisamente para recuperar nuestras libertades plenas.

La salvaguarda de las personas es prioritaria, al igual que la economía. Un rebrote de contagio de gran magnitud, pasado el verano, dará paso a la justificación de volver a fojas cero y cerrar la economía nuevamente, golpeando de muerte a millones de peruanos u prolongando el tiempo de recuperación del país entero. Por tanto, hay que evitar lo que será, a todas luces, espacios de elevada concentración humana, caldo de cultivo favorito para el terrible coronavirus.

Pero en nuestro caso, hay más. Un rebrote post-veraniego nos depositaría en marzo en un escenario similar al del comienzo de la pandemia, o incluso, peor. Hoy mismo, en Europa, en países como Inglaterra, Francia o España, los rebrotes van superando los contagios de marzo pasado, cuando se globalizó esta plaga. En consecuencia, no sería raro llegar a abril con todas las alertas rojas prendidas. Pero abril próximo es el mes de las elecciones presidenciales peruanas. ¡Bingo! Sí, adivinaron: los que buscan postergar las elecciones tendrían la justificación perfecta. ¿Eso queremos? ¿O nos interesa que de una vez se vayan todos estos advenedizos interinos que manejan el país sin base electoral alguna? No pisemos el palito. Si el gobierno decide darle gusto a la gente y lanza a la gente a los hervideros de enfermedad que serán las playas – especialmente las de Lima y cercanías –podemos estar ante una estrategia tipo jaque mate en abril. No ayudemos cándidamente a que el gobierno coloque sus fichas en el gran tablero de nuestro ajedrez político.