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No es que preocupe que quieran declarar el día de la aceituna, negra o verde, con o sin pepa. Ya hemos visto antecedentes de estos adefesieros con el día de la lagartija, del fútbol y cuanta cuestión les permita la ociosidad y la ignorancia del papel que se espera de ellos. Podemos ignorarlos, pero lo que no se puede permitir es que se arroguen facultades para meterse en un terreno en el que el Estado debe moverse como si caminara en zona minada. Y mucho menos para el gobierno de turno. Salvo que estemos en un estado islámico o de talibanes, las cuestiones referidas a la educación sexual y reproductiva, y a la formación religiosa, corresponden a los padres y a la familia directa del educando. Solo a los padres les corresponde (para bien o para mal) orientar a sus hijos bajo su responsabilidad, hasta que estos adopten en su madurez sus propias decisiones. Podrán ratificarse en ellas o mandarlas al tacho; es su libertad y decisión de conciencia. El Estado (o el Gobierno) es el menos calificado para decirte en qué o en quién creer, si quieres ser demócrata o no, o si debes quitarle la vida a ese ser que comienza su vida en tus entrañas y crees que es un órgano más de tu organismo. O si prefieres tener un crucifijo en tu salón de clases. Los organismos públicos se están dejando avasallar por minorías y grupos de presión que se aprovechan del legítimo derecho de justicia de algunos grupos sociales. Está de moda ser políticamente correcto, pero en ello se esfuma una mayoría silenciosa que no quiere que las cosas sean así. Es verdad que el hecho de que seas mayoría no significa que automáticamente tengas la razón, pero ya vemos que no es la razón la que se está imponiendo, sino el mero activismo. Hay que responder con la razón y con mayor activismo.