Todo ciudadano del mundo que crea en la democracia y las libertades debería estar muy atento a lo que ocurra durante el 2024 en Venezuela, pues en octubre habrá elecciones que solo si se realizan con limpieza y transparencia, y dentro de los estándares internacionales, tendrían que convertirse en la tumba de esa infección putrefacta llamada chavismo que no suelta el poder desde fines del siglo pasado, con las consecuencias que todos conocemos.
María Corina Machado se perfila como la candidata unitaria de la oposición y sin duda el hampa chavista que controla todos los poderes públicos y hasta el sistema electoral a través de funcionarios títeres, está tratando por todos los medios de sacarla de la contienda con el único objetivo de que la candidatura de la tiranía, que es más que seguro que será encabezada por Nicolás Maduro, corra sola en la cancha que ya están inclinando a su favor.
Incluso el chavismo ha tratado de crear un conflicto bélico en la frontera con Guyana a fin de alinear a los ciudadanos detrás de su “líder”, para hacer frente a un inventado enemigo al que pretenden despojar de las dos terceras partes de su territorio. Una guerra sería el escenario “perfecto” para suspender un proceso electoral que de no ser manipulado, tendría que significar el fin de la tiranía instaurada por Hugo Chávez desde 1999.
El 2024 que se viene es crucial para erradicar por la vía de la democracia y las urnas a la tiranía venezolana, esa que tanto gusta a la izquierda peruana que dice que hoy en el Perú se vive una “dictadura”, pero al mismo tiempo vive de rodillas admirando y defendiendo lo que pasa en Venezuela, Cuba y Nicaragua, donde incluso no se pueden hacer procesiones religiosas y se amenaza con cárcel a los organizadores de concursos de belleza.
La eterna tiranía venezolana iniciada por Chávez y extendida por Maduro tiene que ser borrada del mapa y sus cabecillas sometidos a la justicia por los crímenes y robos que viene cometiendo con la complacencia de quienes acá quisieran que los peruanos vivamos la misma pesadilla de aquellos que han tenido que salir de su hogar caminando, para llegar a cualquier otro país a pararse en las esquinas con semáforos a pedir limosnas con sus hijos en brazos.