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La Reconstrucción con Cambios pronto, si no lo hizo ya, pasará a ser un olvidado eslogan de un trabajo improvisado, es decir, para el que nunca se tomó un poco de tiempo para meditar un concepto integral. Cuando esto ocurra, piuranos y norteños preocupados por las lluvias de El Niño esperarán con alegría que el cielo rompa en aguas torrenciales, y no como hoy, con la cara triste de gato mojado, tembloroso. Mientras el agua no corra en nuestras calles, avenidas y carreteras hacia alcantarillas, canales de evacuación y el río, nadie estará libre de la destrucción. Mientras el río no esté suficiente y debidamente encauzado hacia represas de almacenamiento, y defendiendo de los desbordes a la ciudad, es como si no se hubiera hecho absolutamente nada. Y nada de esto va a ocurrir si todo aquello que se haga, grande o pequeño, no sea pieza de un gran plan de manejo integral hidráulico. Porque nuestro problema no es el agua, que en cualquier desierto es una bendición, sino nuestra ignorancia y desidia para administrarla, para poner a la naturaleza a nuestro favor. El agua -y la naturaleza- siempre ganará, solo nos queda comprenderla y no enfrentarla irresponsablemente. Pero qué plan es integral y vigente cuando cambiamos de ministros a cada canto de gallo, cuando los funcionarios públicos, los elegidos y los de planilla, se mueven al viento de las tormentas inestables de nuestra política. Y, si encima, le sumamos a los congresistas traficando con alcaldes y gobernadores su 10 por ciento, el panorama se pone tan negro que mejor imitamos a los venezolanos y nos mudamos a otro lugar.

¿Qué hacer? No queda mejor opción que recuperar el manejo de nuestro destino, arrancharle al centralismo las decisiones sobre cuestiones que nos afectan directa y exclusivamente. El asunto de la descolmatación es el que mejor ilustra lo que ocurre cuando el centralismo abusa. Nadie está inmunizado contra la corrupción pero, si ocurriera, cuando menos nos daremos el gusto de lincharlos los propios perjudicados.