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La premisa del censo nacional de ayer es auscultar cuántos somos, qué somos, cómo somos, cuáles son nuestros gustos, qué tenemos, cómo nos vemos y qué necesitamos. Todo eso suena chévere y, salvo ciertos reparos a algunas preguntas y a la decisión de poner en modo avión al país, el apoyo de la población ha sido aceptable.

Ahora lo que viene (o debería venir) es el censo de la gente al Gobierno, con interrogantes claras como: ¿cuándo se conocerán los primeros resultados (PPK dice que en un mes)?, ¿cuál es el plan operativo para darle un rápido uso a la data fresca?, ¿qué ánimo discurre en el Congreso -de mayoría fujimorista a veces obstruccionista- en pos de que esta encuesta no caiga en saco roto?, entre otras.

Y esto porque estamos acostumbrados a invertir saliva, papel, dinero y recursos humanos en actos meramente protocolares. Por ejemplo, luego de escuchar a Pablo de la Flor, jefe de la Autoridad para la Reconstrucción con Cambios (ARCC), da ganas de ponerse a llorar. Tras seis meses de operaciones, alega que el Estado tiene limitadísimas capacidades para imprimirle velocidad y agilidad a la ejecución de las propuestas (https://elcomercio.pe/peru/pablo-flor-hacerlo-haremos-noticia-467449). ¿Entonces? ¿Qué nos espera? Y cuidado que las lluvias en el norte otra vez están a la vuelta de la esquina.

Insistimos: el Censo 2017, además de un mecanismo para saber cuántos peruanos sumamos actualmente, tendría que ser una fotografía geomática gigantesca que lleve al país a un nuevo orden de cosas, identificando los puntos álgidos y la posible atención mediante las tecnologías de la información y la comunicación. Si no, seguiremos arando en el mar.