La cuenta regresiva termina mañana y Pedro Castillo debe entender que la única opción que tiene de gobernar el país será si concreta finalmente lo que ya tendría decidido: Romper con Vladimir Cerrón. Todos los caminos conducen a Roma.

Es evidente que no puede ser una alternativa mantenerse sometido a una voluntad radical, mesiánica y fundamentalista, una forma de talibanismo continental que solo cree que su farsa ideológica puede salvar al país. Insistir en esa convivencia significaría para Castillo acometer una traición contra sus propios votantes, que alimentados por un furibundo antifujimorismo lo eligieron pensando que era posible que moderara sus preceptos iniciales y se alineara con los valores que han mantenido el esforzado, aunque insuficiente, crecimiento del país.

Pero liderar un gobierno de centro izquierda que respete con rigor las leyes del mercado no será posible si Castillo no da el paso fundamental de elegir un gabinete sin Guido Bellido, Iber Maraví, Anahí Duránd y Juan Carrasco, si no limpia el Estado de las lacras que quieren devorarlo y si no consolida la ruta que ha empezado a construir con la elección de Óscar Maúrtua y la indispensable salida de Héctor Béjar.

En suma, si no se declara independiente de Cerrón, de su turba de desalmados y de los investigados de Los Dinámicos del Centro. Si no se aleja de un individuo como Bermejo y se distancia de la costra senderista que ha tomado por asalto su gestión. No hay viabilidad de gobierno posible en ese lado de la línea y es mejor que lo entienda de una vez. Al menos que respete la dignidad del cargo y que gobierne él, con sus aciertos y errores, y que no sea un títere o el muñeco ventrílocuo de un sentenciado por corrupción que está a un paso de volver a la cárcel.