Habría que ser muy ingenuo para no ver que la estrategia de la izquierda para la próxima elección pasa por: 1) impedir crecer al fujimorismo; 2) extirpar a Alan García en la primera vuelta; y 3) ir a por Keiko Fujimori en una cruenta segunda vuelta apostando todo a PPK -con quien infiltrarán a parte de su gente en su lista- o quizás bajo quien sueñan que puede ser su propio outsider, llámese Mendoza o Arana.

El corazón de esta estrategia es la demolición de García, aprovechando el hecho de estar relativamente fresco el recuerdo de su anterior gobierno. Y para esto, lo están atacando a dos frentes, con fuego cruzado. De este modo, a los “narcoindultos” se sumó la acusación constitucional por indicios de malos manejos en el programa Agua para Todos.

Poco importa, a estas alturas, la verdad o falsedad de las acusaciones. Importa lo que perciba el electorado de ellas. La dosificación de los ataques y el timming en que se están produciendo, para que revienten justo a tiempo del proceso electoral, demuestran el cálculo político. García y el APRA lo sabían: es parte de las reglas de juego no escritas.

Cuando decidieron no presentar candidato presidencial en 2011 y terminaron con una minibancada de dos congresistas efectivos, sabían a lo que se exponían. Hoy García quiere ser candidato. Falta por ver su capacidad de asimilación y preguntarse qué pasaría si el APRA no tuviera posibilidad real de ganar. ¿Vale la pena arriesgarlo a comerse una derrota para ganar presencia en el Congreso? ¿O vale más preservar la imagen ganadora de su mejor carta al 2021 con el terreno más despejado?  

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