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La trágica muerte por suicidio de Alan Gabriel Ludwig García Pérez (1949-2019), el quincuagésimo octavo presidente de la historia republicana de nuestro país, conmociona la vida política nacional. La montaña de especulaciones que han surgido en torno de los detalles de su fallecimiento no van a culminar -pasó también con la muerte por suicidio del presidente constitucional de Chile, Salvador Allende, y no existe con certeza una versión única de su deceso-, por lo que no deberíamos detenernos en ello. El respeto máximo por su repentina partida y el dolor que vive su familia nos llevan a solamente referirnos a su indiscutible figura política. Sin conocerlo, me llamó a través de su secretaria para escuchar con él y otros de sus invitados la lectura del fallo de la Corte Internacional de Justicia en la controversia jurídico-marítima que tuvimos con Chile, cuya demanda internacional fue decidida por su gobierno el 16 de enero del 2008. Dueño absoluto de una oratoria con retórica impresionante, no tuvo rival en el Perú ni en América Latina. García fue político desde siempre y su jefe y maestro, Víctor Raúl Haya de la Torre, lo sabía. Fue un zoon politikón por antonomasia, y por ello fue amado y odiado. En el Instituto de Gobierno de la Universidad de San Martín, que venía presidiendo, conocí de cerca su sólida e indiscutible formación humanística, pero sobre todo en Ciencia Política. El APRA, fundado por Haya de la Torre en México en 1924, está de luto. Hace exactamente una semana que lo vi por última vez en el referido Instituto exponiendo una recapitulación de la historia del pensamiento político peruano. Todo lo había retenido: autores y fechas. Alan, inusual entre sus coetáneos, fue un político culto y tuvo por naturaleza el requisito fundamental -según el eminente sociológico francés Emile Durkheim- para ser líder y presidente y contar con la aquiescencia del pueblo las dos veces que ocupó democráticamente la Casa de Pizarro: carisma. Fue su don, guste o no a sus detractores y rivales políticos. Como académico, lo critiqué, y mucho, y en el momento aciago de su muerte hago un sentido voto de silencio por su paso por este mundo.