​Alan García quiso resetear al Perú

Alan García hizo suya más que nadie la frase “Genio y figura hasta la sepultura”. Literalmente. Y se fue cuando le dio la gana, en plena Semana Santa, en la misma de la caída de Notre Dame.

El repaso de su vida política lo coloca como el más talentoso político de, por lo menos, los últimos cuarenta años. También con su muerte se convierte no en la segunda sino en la otra figura icónica del APRA, a la par de Haya de la Torre, inmortalizándose como el único aprista que condujo al partido de la estrella al Gobierno.

No puedo incorporar a García el rótulo del mejor presidente del Perú porque su primer gobierno fue desastroso, especialmente en lo económico. Y aunque no guste a muchos lo que repetiré ahora, pienso que García gobernó la primera vez con El antimperialismo y el APRA en la cabeza, mientras que la segunda lo hizo con “El perro del hortelano” en mente. Y por eso, en el segundo gobierno pudo reivindicar en algo su primera apuesta gubernamental con un muy correcto mandato que fundamentó en claras trazas liberales.

Han pasado las horas y sigo pensando que no fue su mejor decisión la de quitarse la vida. Dejó abierto demasiado espacio tanto para la elaboración de la especulación como para la construcción del mito. Pero para él la fue. Y lo respeto en el ejercicio de su libertad.

Con Alan García se va un referente total. En una época de grises, donde no se vislumbra una personalidad de su estirpe y clase en la política peruana, habrá que acostumbrarse a seguir el camino con lo que tenemos a mano y tratar de elevarnos por encima de la opacidad de estos tiempos, aquella a la que nos ha llevado el espejismo de intelectualidad de las redes sociales y una prensa cada vez más acurrucada en su propia pequeñez. Lo que sí tengo claro, en medio de tanta confusión de emociones, es que no es un final, sino un nuevo comienzo. Acaso el propio Alan quiso precisamente eso: aplicarle con su muerte una reseteada al país para reiniciarlo de nuevo.