La tarea de erradicar a los ambulantes no es tan fácil. Hay que reconocerlo. También es difícil convencer a los comerciantes informales a que caminen por la vía legal. Es cierto. Sin embargo, esto no puede ser excusa para verter el dinero de la población en extrañas fórmulas para liberar las calles, como aquello de colocar bloques de concreto en las veredas, luego pintarlas para hacer creer que estamos llenos de arte y, finalmente, retirarlas por gigantescas jardineras.

Muy suelto de huesos, Roger Mendoza, quien lidera la gerencia de Desarrollo Económico Local de la municipalidad de Trujillo, dice que los bloques de concreto ya cumplieron su propósito de tres meses para estorbar a los ambulantes y ahora se le ha ocurrido imitar a grandes ciudades del mundo colocando maceteros inmensos que vayan con la belleza urbana.

Veamos. Deben reconocer que la idea de colocar bloques de concreto para erradicar a los ambulantes era tan absurda como la que prosiguió con las supuestas obras de arte. Díganos, mejor, cuánto ha costado toda esa payasada de concreto y la contratación de pintores, y por qué debemos seguir pagando por su otra propuesta de colocar macetas que solo servirán de urinarios para tanto borracho que pasa por la madrugada en esa zona.

Mejor hubiera sido contratar a personal perenne para que los ambulantes no lleguen a instalarse en la vía pública. Esto no es con la finalidad de desatar una guerra, sino que sirva como un arma disuasiva, de presencia de la autoridad.

En otro extremo y fácil, más cómodo era que el alcalde de Trujillo, Elidio Espinoza, cambie de funcionario y ponga a alguien con dos dedos de frente. Ya mucho daño se le hace a la ciudad con experimentos.

Nadie está contra la libertad de trabajo, ni que saquen a palazos a los ambulantes, pero estos también deben poner de su parte y formalizarse, considerando que tampoco es justo que a unos empresarios se les cierre el negocio mientras a estos comerciantes les pongan hasta percheros de concreto. Abrase visto.