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Hace algunos años llegué a México, me hospedé en el Holiday Inn del DF y empecé a movilizarme en un taxi recomendado por los propios recepcionistas. Al día siguiente tenía que visitar la Basílica de la Virgen de Guadalupe y el amigo conductor me advirtió que vendría a recogerme en otro vehículo, propiedad de su hermano, debido a que el suyo estaba prohibido de circular determinados días.

Se trataba de una versión ampliada del bendito “Pico y placa” que ha decidido poner en práctica desde hoy el alcalde de Lima, Jorge Muñoz, pero que —en voz del amable chofer azteca y la contundencia de los resultados del estudio INRIX 2018— ha servido de poco porque Ciudad de México continúa en el top 10 de las urbes con la peor congestión vehicular del mundo.

No pretendemos ser aguafiestas; sin embargo, con una restricción de esta naturaleza para carros particulares, en una metrópoli con un parque automotor lleno de taras enraizadas, el burgomaestre solo está pateando el problema hacia otras calles y estresando al extremo a ese grueso de ciudadanos que se enfrentará a un laberinto sin precedentes para llegar a su destino en las llamadas horas punta.

Si el pretexto inicial es abrirle paso a los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos Lima 2019, la solución pasaba por otra estrategia, didáctica, consensuada, estudiada, menos traumática. Y la amenaza es que, si funciona, algo que sería un verdadero milagro, la “Pico y placa” se prolongará indefinidamente “para descongestionar la capital”.

Pregunta: ¿Jorge Muñoz no le está quitando competencia a la tan reclamada Autoridad Única del Transporte (AUT)? Transporte no es solo el movimiento de buses o camiones. ¿O sí?