Aldo Mariátegui
Aldo Mariátegui

Aldo se ha retirado de la dirección del diario Correo como el periodista más influyente e importante del país. Este título no le cayó del cielo. Se lo ganó en las trincheras del debate, peleando mano a mano con los filibusteros del periodismo, con los mercenarios de la pluma, con los acomodaticios de siempre, con los profesionales del "tongo" y de la manipulación.

Mi primer recuerdo de él es el de un muchacho inquieto, rebelde, sarcástico, culto, indignado. Todas estas virtudes fueron convertidas en un puño, y así, solito, rompió fuegos contra la poderosa prensa caviar.

Sus enemigos le respondieron con todas las armas que les son características: insulto, difamación, cargamontón cobarde; pero Aldo no es de los que se asustan. Poco a poco ganó simpatías, seguidores, aliados, y creó un muro de contención contra esa peste infecciosa que es el pensamiento caviar.

Pero Aldo no es solo un combatiente, sino, además, un demócrata. Muchos de mis artículos atacaron algunas de sus creencias más firmes; pero igualmente fueron publicados. Lo mismo le pasó a Rolando Breña, que no podía creer que un diario liberal como Correo le diese tribuna a una ideología tan primitiva y reaccionaria como la que él representa.

Bajo la dirección de Aldo, y siempre desde una óptica democrática, racional y adscrita a las leyes del mercado, este diario se convirtió en un referente de lectura obligatoria para todos los preocupados en el acontecer político nacional.

Lo anterior, desde todo punto de vista, fue una hazaña de coraje e inteligencia. Aldo enseñó que los caviares pueden estar infiltrados en todos los medios y ser muy ricos; pero si se les enfrenta con la fuerza de la verdad y de la historia, se convierten en musgo, en seres patéticos que solo balbucean sinsentidos. Durante muchos años, mi primer diario de lectura fue Correo; cada vez que abría sus páginas, sentía que había allí un gladiador con escudo y espada. Por esto, entre otras cosas, yo me sentía representado política e ideológicamente. Ojalá que el ruido de las espadas y de las ideas que chocan para seguir alumbrando nuevas verdades, siga sonando en este diario. Este sería el mejor homenaje a Aldo Mariátegui.