Solo a una persona tan fresca y sinvergüenza como Alejandro Toledo se le puede cruzar por la cabeza la idea de plantear un arresto domiciliario en lugar de una celda en Barbadillo, cuando se ha pasado seis años prófugo de la justicia peruana y sin mostrar la más mínima voluntad de colaborar en las investigaciones que se le iniciaron desde que directivos de la corruptora Odebrecht confesaron que le pagaron una millonaria coima.

Si desde un inicio la justicia hubiera visto en Toledo voluntad de apoyar las pesquisas, quizá, por sus 77 años encima, podría evaluarse esa posibilidad. Pero con alguien con vocación de prófugo y caradura que insiste en su inocencia pese a las evidencias, eso resulta imposible, En la cárcel estará seguro, además, se trata de un reclusorio VIP con todas las comodidades y atenciones. Nada malo le va a pasar.

Toledo no ha retornado al Perú por voluntad propia. El país ha tenido que gastar miles de dólares en abogados para traer a este sujeto que ahora quiere ir a su casa en lugar de a la cárcel.

Es por eso que cabe una invocación a fiscales y jueces a fin de que este sujeto esté donde le corresponde. No puede seguir burlándose de la justicia, como lo ha hecho al mostrarse en silla de ruedas cuando todos lo hemos visto días antes caminando con normalidad y casi corriendo para eludir a unos periodistas que lo seguían.

Las mentiras y sinvergüencerías de Toledo deben ser cosas del pasado.

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