El Perú cumple hoy 201 años de vida independiente y soberana. Con una rica y milenaria historia, fuimos la consecuencia del sincretismo precolombino y español, teniendo al mestizaje como la mayor expresión de nuestra peruanidad. A lo largo de este tiempo hemos vivido momentos de sobresalto y de tranquilidad en que militares y civiles a su turno dirigieron los destinos de la Patria.
Hemos tenido una clase política, en general dominada por el caudillismo y ausente o ajena del enorme derrotero de privilegiar los intereses nacionales y emprender el desarrollo nacional. Nuestros políticos en gran parte vivieron y siguen haciéndolo sólo para su tiempo y sin prospectiva. Como este último año, pasamos períodos muy difíciles como la crisis del Directorio (1842), el levantamiento de los hermanos Gutiérrez (1872) o el año de la barbarie (1932) o guerras externas con Chile y Ecuador. A pesar de los estragos de negociaciones sin carácter que nos hicieron perder territorio -hoy contamos 1/3 de la superficie peruana en 1821-, la República jamás doblegó ni sucumbió, pero nada asegura que no terminemos anarquizados y barbarizados. No invertimos en acrecentar el ego nacional luego de la derrota que nos produjo la guerra de 1879 y mucho menos en la mejor educación que jamás tuvimos.
Se trata de una imperdonable desidia imputable a nuestra mayoritaria clase política, capaz de morir por mantener el confort y el statu quo. En ese largo tiempo como ahora, que el Estado peruano sin suerte, fue asaltado por corruptos, mediocres, oportunistas, y aventureros, alzo mi voz para exclamar que nuestra amada Patria no siga perdiéndose en medio de una polarización que refleja el desprecio por la verdadera agenda nacional porque no les importa.