GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Cuando uno ha vivido cierto tiempo, aprende a darle peso relativo a las cosas. Desde luego, siempre hay margen para el error. El hombre nunca termina de aprender y la vida nunca termina de enseñar. Por eso, a lo mucho, siendo sabio, apenas puede aspirar a ser un aprendiz avanzado. Pero si es verdad que la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo, uno puede aprender a ser un poco más sabio con los años o, cuanto menos, lo suficiente para dar valor a las cosas. En mi caso, siempre he buscado más, mientras al mismo tiempo he aprendido a vivir con cada vez menos. Y una de las cosas que más me ha servido ha sido esperar menos de los demás o, simplemente, no esperar nada. Lo confieso: soy más feliz a medida que profundizo ese sentir. Pero hoy siento que, a veces, hay que parar un poco. Y pienso en la política. La más mínima interacción humana en cualquier red social, el más simple comentario, la más leve apreciación, la charla más amical en un chat WhatsApp de amigos, genera una reacción en cadena de descalificaciones recíprocas, como si cada uno de nosotros tuviera implantado en el alma un reactor nuclear listo para que un botón rojo lo active inmisericorde. Le llamamos “modernidad”, incluso “democracia”. Pero, ¿realmente estamos viviendo o, mejor dicho, conviviendo mejor unos con otros? Pienso que no. Me basta ver cómo la gente se soporta cada vez menos cuando, por ejemplo, salen a almorzar en familia y cada cual se prende de su propio celular, enterrando la mirada. Antes pensaba que era una falta de respeto. Pero hoy me replanteo que quizá simplemente no nos gustan tanto los otros, aunque nos esforcemos hipócritamente en hacerles creer, y hacernos creer, lo contrario. El problema es cuando esto llega a la política, que precisamente nos exige escuchar al otro. Porque hoy vivimos tiempos de antipolítica: no solo no queremos escuchar al otro, sino que queremos destruirlo, en todo el sentido de la palabra. Cuidado.