Conversando con diversos padres de familia, todos coinciden en que les apena y preocupa que sus hijos hayan perdido gran parte de su sociabilización. No es posible conectar emocionalmente con otros de forma remota, menos aun siendo niños.

Como todo en la vida, existe una escala de grises. Muchos niños también expresan estar contentos por tener tanto tiempo a sus familiares para sí. En los hogares donde hay relativa armonía, los niños andan más contentos que los padres, quienes de pronto, se han visto obligados a aprender mucho más sobre pedagogía. Lo cierto es que estamos pasando por momentos complejos, diferentes y es importante encontrar formas de lidiar con estos. Es un tiempo extraordinario para aprender a transitar nuestros propios estados emocionales y a acompañar a niños y adolescentes en este aprendizaje.

Lo primero es aprender a identificar y nombrar lo que sentimos. Los niños pequeños quizás no tengan formas verbales de expresar sus emociones, pero sí pueden identificar sensaciones en el cuerpo. Podemos pedirles que expresen cómo se sienten con una expresión facial, con un movimiento, con un dibujo. Luego de la expresión/identificación, viene la validación. Cuando nos abrimos emocionalmente necesitamos sentirnos acogidos: “sí, entiendo que estés cansado o aburrido…yo también me siento así a veces…¿qué podríamos hacer para sentirnos mejor?”

Podemos continuar ayudando a anclar el mundo emocional de los niños y adolescentes en el mundo físico: ¿qué objeto que encuentras en casa te puede ayudar a sentirte más seguro? Cual objeto transicional de la primera infancia –ese osito de peluche, la mantita que llevábamos de un lado a otro–, tener un “objeto de la calma”, quizás otro para la concentración, o para lo que sea que necesitemos. Saber transitar nuestros estados emocionales, logrando permanecer más tiempo en estados emocionales placenteros que desagradables es, definitivamente, una de las habilidades más importantes para la vida.