Llegó el momento de las transacciones. Ni a los opositores parlamentarios ni al Gobierno les conviene seguir estirando la pita hasta que reviente. La oposición logró su máximo cometido político con la censura del gabinete; quizá pretenda prolongarlo en la Mesa Directiva próxima.

El Gobierno ha hecho quizá la maniobra política más inteligente de todo su ciclo de torpezas nombrando a Pedro Cateriano al frente del Consejo de Ministros, pateando la pelota al campo oposicionista, que tendrá que hilar fino para actuar.

Probablemente cada cual bajará los decibeles de su discurso, aunque todavía puedan escucharse alguna que otra frase altisonante o algún requiebro confrontacional.

Por lo pronto, el nuevo Premier ya prometió cambiar su estilo provocador por otro dialogante, acorde, dice él, a sus nuevas funciones de concertador. Ha empezado a visitar las tiendas partidarias para encontrar si ya no bendiciones, por lo menos algún aliento que le permita alcanzar la ansiada confianza parlamentaria. Imaginamos que le costará un esfuerzo colosal morderse la lengua, acostumbrada al ataque frontal, para dar paso al uso de formas dialogantes a las cuales no está acostumbrado. En el fondo, su rogativa peregrinación debería ser una autocrítica o una expiación de Semana Santa, aunque quizá sea solo una necesidad política que se evaporará cuando cambien las circunstancias.

En las oposiciones parlamentarias, las voces no son unánimes. Quizá alguna opine que el nombramiento de Cateriano es lo peor que hubiera pasado, pero el tono general es de espera de su presentación para decidir. Su sed de sangre, aparentemente, ha sido saciada con los 72 votos obtenidos en la censura de Ana Jara. Ahora, tomando como siempre los argumentos de la estabilidad política y los problemas económicos, sin perder sus bríos para seguir ajochando al Gobierno, jugarán a demostrar que son responsables y maduros y dedicarán sus esfuerzos a una “democrática” transición el 2016, que es, a no dudarlo, el gran telón de fondo que explica todas las movidas de estos días.

El resto, los tremebundos anuncios de una grave crisis, que podría disolverse el Congreso o que podría provocarse la vacancia de la Presidencia de la República, que la estabilidad y la democracia estaban en peligro, son solo parte de los complementos dramáticos del menú que se nos ofrece.