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Este 15 de agosto celebramos el Día de Arequipa. No celebramos solamente la fundación de la ciudad, sino también que formamos parte de esta comunidad, sea por haber nacido en Arequipa o descender de arequipeños o por haber llegado a vivir acá por diversas razones y habernos integrado a esta realidad local. Para no quedarnos en una celebración superficial, parece fundamental que, como parte de nuestras celebraciones, hagamos memoria de nuestra historia. Al hacerlo, encontraremos el gran tesoro de humanidad, tesón y espiritualidad que siempre nos ha caracterizado.

Animados entonces por esos dones, que debemos seguir fortaleciendo, y por las metas alcanzadas a lo largo de nuestros casi cinco siglos de historia, podemos afrontar con esperanza los retos que ahora se nos presentan, entre los cuales quisiera destacar la importancia de la integración o, dicho en otras palabras, vivir la unidad en la diversidad. La concordia y el respeto recíproco, aun en la diferencia de opiniones, perspectivas y costumbres que pueda haber en la pluralidad de los que ahora conformamos la comunidad arequipeña, configuran el mejor modo de buscar juntos el bien común. No se trata de imponer a los demás que renuncien a sus convicciones, ni de renunciar nosotros a las nuestras, sino de aprender a dialogar y a acogernos mutuamente, procurando ver lo bueno que pueda haber en el otro, de modo que seamos capaces de convertir las dificultades en oportunidades y de construir, cada vez más unidos en las actuales circunstancias históricas, el futuro de nuestra comunidad, haciendo así honor al sentido acogedor de nuestro nombre: Ari-quepay; sí, quédense con nosotros.