En el norte del país es sabido que las vías de comunicación, en especial las calles de la ciudad, andan en “mírame, pero no me toques”. Y es que El Niño costero dejó en evidencia que la capa asfáltica colocada en las pistas era para lavar en seco, y llegaron tantas lluvias y huaicos que ahora estas parecen, en grandes tramos, un escenario sirio. Pero no es el único problema, el desagüe colapsa a diario.

Lo que ocurre ahora es que la rehabilitación de las pistas no llega por un importante motivo: las tuberías están obsoletas y, aparte de los malos olores, cualquier fuga carcome las vías. Solo en Trujillo, la mayor parte del alcantarillado tiene 50 años y ha cumplido su ciclo de vida, por lo que urge un cambio. ¿Qué falta? Dinero y disposición del Gobierno para una intervención. Es el mismo panorama en Tumbes, Piura y Chiclayo, ciudades tan antiguas como la “Eterna Primavera”.

Entonces, los alcaldes y gobernadores regionales tienen la excusa perfecta para zafarse del lío al estar atados de pies y manos en cuanto a inversión. “No invertimos en las pistas porque el alcantarillado no sirve”, suelen argumentar. Además, les lanzan la pelota a las empresas prestadoras de servicios (EPS) de agua y saneamiento que, en la mayoría de casos, andan al borde del suicidio financiero por la gran cartera de morosos y la falta de presupuesto (solo en el Perú un monopolio no funciona). ¿Hasta cuándo?

Todo parece indicar que la única solución es esperar la reconstrucción con cambios. Mientras tanto, la gente de a pie debe acostumbrarse a los malos olores y los choferes, y a seguir transitando por calles “bombardeadas”. ¿Acaso no pueden reunirse las autoridades con los gerentes o los miembros del directorio de las EPS y hallar una solución? Vamos, es el momento para dejar las rencillas. Solo un plan consensuado puede rehabilitar nuestras vías y vidas.