Como que ya va quedando claro que de la autoridad solo nos acordamos cuando nos hace falta, cuando la necesitamos para dirimir diferencias, cuando hay conflictos donde hay desorden, confrontación. Parece que asociáramos autoridad con imposición, con fuerza para hacer respetar la ley a quien le tiene sin cuidado reconocerla.

Pero la autoridad no existe en las situaciones de crisis si es que tampoco se le nota en cuestiones que podrían tener poca importancia, como no respetar los semáforos o pagar los impuestos sin que nadie te ponga una pistola en la cabeza. No importa si la gente lo hace por convicciones o porque le duele pagar la multa, ese es el proceso en que las normas de convivencia se asimilan, pasan a formar parte de la cultura de un grupo social.

Sin embargo, de la necesidad de la autoridad deberíamos acordarnos al momento de elegir a las autoridades (gobernantes, administradores de la cosa pública, representantes institucionales, o como queramos llamarles). Pero no, al buscar a quién elegir buscamos a los carismáticos, simpaticones, populares, chistosos, atractivos, regalones. Por eso es frecuente entre las ofertas a los caseritos de la Tv, y confundimos las cosas.

Entonces no debería asombrarnos que los últimos elegidos para la primera magistratura en las décadas recientes estén presos o enjuiciados y procesados por malos hábitos hacia lo ajeno. No somos un pueblo que aprecie a la autoridad, que sepa reconocerla y elegirla, somos mayoritariamente una comunidad donde se celebra, aplaude y premia la pendejada.

Falta muchísimo en nuestra educación para que llegue el momento en que nuestras crisis, como la minera en Arequipa se resuelva con intervención de la autoridad, antes habremos resuelto cosas más simples como respetar los cruces peatonales. La mejor autoridad es como la mejor ley, es más efectiva porque ya no existe, ya no la necesitas.