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Una reciente visita a Ayacucho me ha permitido rememorar la historia reciente de esta región y vincularla con su realidad actual a partir de los 13 años del Informe Final de la CVR, cumplidos el 26 de agosto. Ayacucho es hoy una ciudad que respira una paz que envidiaría Lima y debe ser una de las regiones con menores índices de delincuencia criminal en todo el país. Hay, además, orden, limpieza y civismo. Ante unas consultas al paso, la percepción que los mayores de 40 tienen sobre el fenómeno terrorista es que les hizo tal daño que llevan un atraso de 20 años y que en los 80 se vieron expuestos a un fuego cruzado inmisericorde en el que la única libertad consistía en elegir si te mataba SL o las Fuerzas Armadas. La diáspora empezó y miles vieron en dejar sus tierras la única salida al infierno. No obstante, lo que se vive hoy en esta región está lejos de acercarla al desarrollo. No hay malls, industrias, comercio a gran escala o exportaciones. Sigue viviendo de actividades básicas como la agricultura y la ganadería y, lo peor de todo, no ha sabido explotar el enorme potencial turístico que tiene al margen de la Semana Santa. Solo un ejemplo. Las ruinas de Vilcashuamán son un centro administrativo, político y religioso descentralizado de los incas y que, ubicado a 3500 metros de altura, es de una belleza sobrecogedora y un valor histórico inconmensurable. Algunos lo consideran un pequeño Machu Picchu, y no exageran. Es una joya que emula a Sacsayhuamán y Ollantaytambo. En la explanada de su cima, el dibujo en piedra de una hoz y un martillo hecho bajo el dominio senderista grafica los mundos tempestuosos de una región a la que el país le tiene una deuda y clama por una oportunidad.

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