Hay una indulgencia hacia Pedro Castillo que ya se torna intolerante. El hecho de que otros, antes o ahora, hayan cometido tropelías o hayan tenido actuaciones nefastas no quiere decir que Castillo tiene patente de corso para hacerlo. Lo hemos visto desde el inicio de su gestión, esas justificaciones absurdas que apuntan a que otros lo hicieron también, y como otros lo hicieron también, pues no hay señalarlo ahora o hay que silbar mirando hacia arriba.

Acaba de pasar con la acusación de plagio en su tesis de maestría en la Universidtad César Vallejo. Una situación que pondrían en aprietos a cualquier personaje público. Hemos leído algunos comentarios de justificación que indican que eso ocurre siempre y hay incluso “hipocresía” con el asunto del plagio en ámbitos académicos.

Entonces, como el plagio es moneda corriente en el Perú, hay que dejar pasar lo de Pedro Castillo, dan a entender muchos. Mal de muchos, consuelo de tontos, reza el refrán. ¿Qué sigue después? Como la corrupción campea en el país, ¿ya no hay que indignarse ni señalarla cuando un político la comete tampoco?

Ya basta de justificar a Castillo con el prurito de que otros también lo hacen o lo hicieron. Es el presidente, el máximo dignatario de la nación, y, sin embargo, ante una acusación delicada como esta ni siquiera tiene el tino de ensayar alguna explicación al país. Hasta ahora el presidente no dice nada, ni siquiera intenta dar una excusa boba.

Castillo no sabe lo que significa el alto cargo que hoy detenta, no tiene idea; eso está claro desde hace buen rato. Pero el resto sí debería tenerlo claro. No lo justifiquemos que no es un niño. Es un hombre de más de 50 años que tiene una altísima responsabilidad política.