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Con motivo de los cien años de la carta apostólica Maximum illud, con la que el papa Benedicto XV dio un impulso renovador a la dimensión misionera de la Iglesia, el papa Francisco nos convocó a vivir, en este mes de octubre, un Mes Misionero Extraordinario. Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, en su carta de convocatoria Francisco nos recuerda que la Iglesia "es misionera por su propia naturaleza" (AG, 2). Citando a San Pablo VI, nos dice que "evangelizar constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda" (EN, 13); y, citando también a San Juan Pablo II, nos invita a reconocer que "es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio a los que están alejados de Cristo, porque esta es la tarea primordial de la Iglesia" (RM, 34). Así, el presente Mes Misionero Extraordinario debe entenderse en ese contexto del Magisterio ininterrumpido de la Iglesia y en la conversión pastoral a la que el mismo Francisco nos exhorta constantemente, para que también en nuestro tiempo, "acechado por una triste voluntad de acentuar las diferencias y fomentar los conflictos, la Buena Noticia de que en Jesús el perdón vence al pecado, la vida derrota a la muerte y el amor gana al temor, llegue también con ardor renovado a todos y les infunda confianza y esperanza" (Carta, 22.X.2017).

Para que esto sea posible, nos dice el Papa, es fundamental intensificar de manera especial la oración, alma de toda misión, la catequesis, la reflexión bíblica y teológica, así como fortalecernos en las obras de caridad y recurrir al testimonio de tantos santos y mártires de la misión, "para que, reencontrada la frescura y el ardor del primer amor por el Señor crucificado y resucitado, la Iglesia pueda evangelizar al mundo con credibilidad y eficacia evangélica" (Discurso, 3.VI.2017). Si bien el Mes Misionero está por terminar, nuestra misión como Iglesia debe continuar y, como dice el papa Francisco, ella requiere un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Por eso, desde estas líneas quisiera animarlos a todos a nutrirse del amor de Dios, para hacerlo presente, especialmente con sus obras pero también anunciando el Evangelio, en sus hogares, centros de trabajo, lugares de estudio y círculos sociales. "El amor de Cristo nos apremia" (2Cor 5,14).