Hoy, el Ministerio de Relaciones Exteriores, cumple 200 años de su creación por decreto dado por el Libertador, José de San Martín, encargada de solventar los intereses nacionales en el frente externo del Perú inicial, de la mano de Juan García del Río, primer canciller de la República, y luego, de José Gregorio Paz Soldán, su gran organizador del siglo XIX.
En el momento del bicentenario, ha llegado al poder nacional un gobierno de izquierda, y Torre Tagle, como no podía ser de otra manera, ahora también cuenta con un canciller de las canteras de la izquierda combativa de los años 60: Héctor Béjar. Su discurso de ayer, idealista y progresista -en el marco de la transferencia ministerial-, es legítimo, guste o no, a quienes nunca creyeron que el jefe de la diplomacia peruana, pronunciaría un mensaje de acercamiento a los regímenes en Cuba, Nicaragua y Venezuela, harto cuestionados por una ausencia de prácticas democráticas y una sistemática violación de los derechos humanos.
Quienes votaron por el presidente Pedro Castillo, serán inconsistentes si comienzan a criticar la nueva postura de nuestra política exterior. Nadie debe sorprenderse por ello. A quienes hoy reniegan de que Béjar, octogenario intelectual comunista y exguerrillero, a ojo cerrado instruido por el nuevo gobierno del Perú, pudiera impulsar un proceso de estrechamiento bilateral con La Habana, Managua o Caracas, o multilateral, acercando al Perú a bloques como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños - CELAC, quisiera recordarles que el artículo 118 inciso 11 de la Constitución de 1993, consagra como una prerrogativa del jefe de Estado -Pedro Castillo- dirigir la política exterior, por lo que Béjar ejecutará constitucionalmente el mandato presidencial.
Por tanto, nuestras embajadas y consulados (ante Estados) y nuestras representaciones permanentes (ante organizaciones internacionales), ejecutarán -es el deber de nuestra diplomacia, siempre al servicio del Estado-, el nuevo enfoque del relacionamiento internacional del Perú. Finalmente, no oculto mi alegría en este aniversario, del anuncio de reinstalar la biblioteca de la cancillería -fue un delito de lesa cultura suprimirla-, donde su legendario y celoso custodio, el recordado Antero Castañeda -Q.E.P.D-, me permitía pasar horas de horas.