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El acuerdo entre el gobierno de Evo Morales y la Organización de Estados Americanos (OEA) sobre un proceso de auditoría integral con carácter vinculante, es decir, obligatorio, de revisión del acto electoral que sorprendentemente llevó al Tribunal Supremo Electoral de Bolivia a proclamar al presidente candidato como ganador, sin la participación directa de la agrupación que lidera el expresidente Carlos Mesa, resulta incompleto y, lejos de aclarar el problema sobre la montaña de evidencias acerca de la existencia de un fraude, podría terminar complicando el clima político boliviano. Lo voy a explicar. Creo que la OEA se apresuró en no considerar a la oposición boliviana, que viene insistiendo desde que extrañamente fue interrumpido el conteo de los votos y de las actas durante la mañana del lunes 21 de octubre -día siguiente al sufragio- y reabierto 7 horas después tan solo para dar como vencedor a Morales. La veeduría de la organización continental en esas condiciones -por más respaldo internacional con que cuente- jamás iba a tener el respaldo ciudadano indispensable para confirmar una actuación justa y objetiva. Desde el comienzo la OEA debió involucrarlos, pues sin ellos ningún resultado será legitimado. Siendo el Gobierno y la oposición las dos partes relevantes en el acto de sufragio en que estaba decidiéndose al gobernante altiplánico para los próximos 5 años, queda claro que ahora se ha vuelto más complejo de lo que el propio Morales pudo haber creído. Un resultado que confirme el triunfo de Evo incluso podría rebotar negativamente en el propio secretario general, Luis Almagro, a quien en el pasado se le cuestionó ciertos acercamientos a Morales a cambio de asegurar el voto boliviano para su reelección en el importante cargo hemisférico. Bolivia, entonces, es una nueva bomba de tiempo, donde los estallidos anteriores estarían advirtiendo que el país podría verse involucrado en un estado de convulsión social mayor. Ya mismo, ayer venció el plazo que la oposición le dio al presidente para que renuncie. Así las cosas, antes de que la fractura política sea mayor, Evo debió aceptar nuevas elecciones y confiar en la victoria que pregona.