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Desde que Dilma Rousseff fuera destituida, las iras colectivas han pasado como activos al nuevo presidente, Michel Temer, su exvicepresidente y exaliado político durante su segundo mandato, interrumpido por la decisión del Senado emanada del reciente juicio político. Temer, en funciones como presidente de Brasil desde el 12 de mayo de este año, fecha en que fue suspendida Dilma, ha venido gobernando a contracorriente de la aceptación política de un amplio sector de brasileños, que más allá de profesar fidelidad inmutable a la exmandataria, lo rechaza por su cuestionada conducta y, por supuesto, hoy más que nunca le ha puesto la puntería por todo lo que haga o diga. La foto que ha dado la vuelta al mundo en la que se ve al flamante presidente relajado y de compras en la ciudad china de Hagzhou, donde se acaba de desarrollar la Cumbre del G20 -los países más poderosos y emergentes del mundo-, ha llamado la atención de sus millones de sus compatriotas, pero sobre todo de sus enemigos políticos, que no son pocos. Temer comprando zapatos ha reflejado un signo de frivolidad e indiferencia en un país donde los medios de comunicación cariocas se han esforzado en destacar la alicaída actividad comercial de calzado brasileño precisamente por los niveles del mercado con que China actúa internacionalmente. No es descabellado que Temer pueda ser objeto de un impeachment, como lo fue Rousseff. Ganas no faltan a sus opositores y el nuevo jefe de Estado debe ser consciente de que puede tener una caída estrepitosa que podría agravar la institucionalidad del país; sin embargo, desde un plano realista, será muy difícil que Temer sea sometido a un juicio político, por lo menos en lo que resta del año. Aunque comprar zapatos no debería ser mayor cuestión para trascender en la vida de un político tan visible como el jefe de Estado, siempre tiene una connotación de la que todos, pero sobre todo sus detractores, buscarán sacar provecho.